martes, 1 de mayo de 2018

La leyenda del mes: La enamorada cautiva


¡Hola a todos!

¡Y bienvenidos al que seguramente será el mes del año más feliz para mí! Sí, amigos: ¡Por fin me han dado vacaciones en el trabajo! Llevaba mucho tiempo esperando estas vacaciones, y os juro que las voy a disfrutar todo lo que pueda. Estas últimas semanas han sido un poco estresantes en mi trabajo y estaba deseando tener unos días libres seguidos para poder dedicármelos a mí misma y a hacer las cosas que más me gustan, y una de ellas es hacer un viajecito a dos lugares que me gustan mucho: Santiago de Compostela y Valencia. ¿Qué aventuras me esperan allí? No tengo ni idea, pero estoy segura de que van a ser unos días maravillosos y los voy a pasar en compañía de personas a las que quiero con todo mi corazón. ¡Deseadme un buen viaje! ^^*

Mientras tanto, os voy a dejar por aquí la leyenda gallega que abrirá el mes de mayo. ¡Espero que os guste mucho!


La enamorada cautiva




Nelda era una hidalga dulce y gentil, una hermosa muchacha de cabello radiante como el oro bruñido y ojos tan verdes como el fondo de una mansa laguna. Por su mano suspiraban decenas de jóvenes pretendientes que ansiaban tenerla por esposa, pero Nelda solo tenía ojos para Paio, el hijo más joven del conde don Suero, un muchacho esbelto y garrido que correspondía con idéntico amor a la hidalguiña. Ambos esperaban con ansia el feliz día en que habrían de convertirse en marido y mujer.

Pero ocurrió un acontecimiento terrible que dio al traste con su felicidad, pues llegaron noticias de que un gran ejército musulmán, comandado por el temible Almanzor, avanzaba sobre Galicia destruyendo aldeas, villas y todo lo que se encontraba a su paso, sembrando la muerte y arrebatando todo lo que se le antojaba, incluyendo a las doncellas más hermosas de aquella tierra para aumentar sus ya dilatados harenes.

Los hombres se aprestaron a las armas para defender el territorio y las mujeres huyeron y trataron de encontrar refugio en otros lugares, pero de nada les sirvió tanto empeño, pues los jinetes árabes arrasaron los ejércitos de hidalgos e infanzones con tanta facilidad que en poco tiempo se hicieron dueños de las tierras gallegas. Una vez finalizadas sus rapiñas, emprendieron el camino de vuelta llevando consigo un gran número de prisioneros a modo de botín de guerra. Entre estos prisioneros estaba Nelda.

Pocos meses después, apareció en Córdoba un muchacho pobre, harapiento y cojo que pedía limosna tocando un instrumento musical nunca visto por aquellas gentes. Un instrumento formado por una bolsa inflada, un tubo melódico y dos bordones que arrancaba unos sonidos que llamaban la atención por lo alegres que eran.

Un día, el músico callejero vio que se asomaba al ajimez de la torre de un palacio morisco la cara de una jovencita rubia con los ojos llenos de lágrimas. Era Nelda, la desdichada hidalga, que era prisionera del príncipe Omar ben Amid y buscaba consuelo en la música que el mendigo había traído a aquella tierra tan apartada de su hogar. Entonces, su gaita, una gaita gallega, empezó a tocar las primeras notas de una alborada que sobresaltó el corazón de Nelda y la hizo sonreír de esperanza, porque aquella melodía había sido compuesta para ella por su amado. Y fue así como reconoció al mendigo gaitero. Era Paio, que había sobrevivido a la invasión musulmana y había dedicado meses a la búsqueda de su amada. Llevaba consigo una gaita porque sabía que su sonido era el que más le gustaba a su enamorada, por lo que pensó que así le resultaría más sencillo encontrarla. Cuando sus miradas se cruzaron, los dos se reconocieron y, en silencio, se hicieron la mutua promesa de volver a encontrarse.

Aquel día, el príncipe Omar observó que su esclava predilecta estaba más contenta de lo habitual y quiso saber a qué se debía. Nelda le dijo que su alegría se debía al músico callejero que había tocado para ella la música de su tierra; para complacerla, el príncipe dio orden de que se le permitiera al gaitero acercarse todos los días a los pies del palacio para tocar para Nelda.

Sin embargo, no todos veían inocencia en este gesto. Aldonza, una esclava al servicio de Nelda que antaño había sido una de las favoritas del príncipe pero ahora había sido relegada a las funciones de una criada, se lamentaba en secreto de su situación y miraba a las doncellas jóvenes como Nelda con envidia y cierto rencor. Por eso, un día que Nelda le dio un papel y una moneda de plata para que se lo entregara al gaitero, Aldonza fue a llevárselo al príncipe en persona. El príncipe no le dio mayor importancia, pero en su interior ardía un fuego de cólera que le llevó a jurar venganza si descubría que Nelda osaba traicionarlo. Llamó a Yusuf, su arquero, y le ordenó que vigilara bien durante esa noche.

Yusuf llevaba ya mucho tiempo guardando el palacio. Estaba el hombre muy intranquilo y malhumorado, ya que esa noche tenía pensado pasarla en los brazos de Aldonza, que habría de lanzarle una escalera de cuerda desde la ventana de su habitación. Pero el tiempo pasaba y Aldonza no abría la ventana, así que Yusuf quiso hacerle ver que la estaba esperando lanzándole una flecha que se clavó en las maderas de la ventana.

Aldonza reconoció la señal y corrió a abrir la ventana y echar la escala de cuerda, pero no bien hizo esto, Yusuf vio un hombre saliendo de las sombras que se agarró a  ella y empezó a subir con agilidad. Pensando que Aldonza había encontrado un nuevo amante, disparó una flecha al intruso, que cayó sin vida al suelo. Despavorida, Aldonza trató de esconderse pero otra saeta se le clavó en el pecho y la mató.

Yusuf se acercó al hombre que había derribado y le miró horrorizado. ¡Era el príncipe Omar! El príncipe que, creyendo ir a sorprender a Neldiña con el mozo gallego, para el cual supuso que se había lanzado la escala, se disponía a tomar venganza de ellos, exactamente lo mismo que Yusuf acababa de hacer.

El arquero estaba tan espantado por lo que había hecho que no se dio cuenta de que el ajimez donde Nelda solía asomarse se abrió y una mano agitó un pañuelo blanco que pareció el aletear de una paloma. Era la señal para Paio que, disfrazado con ropas árabes, se dirigió rápidamente a una puerta del palacio, donde se reunió con Nelda y juntos huyeron para siempre de aquel lugar.


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