lunes, 1 de enero de 2018

La Leyenda del mes: Las conchas de Santiago


¡Hola a todos!

¡Y bienvenidos al año 2018! ¿Qué tal lo estáis pasando en estas fiestas navideñas? Espero que muy bien, dando la bienvenida al año al lado de vuestras familias y en compañía de todos vuestros seres queridos. Si habéis tenido que trabajar durante las fiestas, como ha sido mi caso, espero que hayáis tenido tiempo para poder disfrutar de un merecido descanso antes de volver al tajo.

En cuanto a mí, pues qué decir: Me encuentro muy bien, tengo más ganas que nunca de sacar adelante todos mis proyectos y deseo con todas mis fuerzas que este año sea propicio para mí. Me gustaría tener más tiempo para poder dedicárselo a mi novela, pero el trabajo no perdona y he de arañar todas las horas que pueda a mis cada vez más cortos días. Y luego está el blog, que no quisiera descuidar aunque escriba cada vez con menos asiduidad. No sé si habrá cambios en el contenido del blog este año o si trataré más o menos los mismos asuntos, pero espero poder leer vuestros comentarios si decidís dejármelos en los posts, ^^*

Para empezar el año como es costumbre, os voy a dejar la entrada dedicada al calendario. Y este año he decidido dedicarle el calendario a mi tierra, Galicia. O, más concretamente, a sus leyendas populares. En Galicia somos muy conocidos por tener cuentos, relatos y leyendas que se remontan a la época de nuestros antepasados celtas, aunque también las hadas y las almas de los difuntos pueden protagonizar leyendas de corte más fantástico o misterioso. Sea como sea, he decidido recopilar para vosotros doce leyendas que a mí, personalmente, son las que más me han gustado.

Así pues, no os entretengo más y dejo que leáis la leyenda que narra el origen de las conchas que los peregrinos que van a Santiago de Compostela lucen en sus atuendos.


Las conchas de Santiago




Cuenta la leyenda que, cuando fue degollado el apóstol Santiago, algunos de los discípulos que lo habían acompañado a Jerusalén recogieron su cuerpo, lo metieron en una barca y se hicieron a la mar rumbo a la Península Ibérica.

Navegando ya por la costa gallega, en un lugar llamado Bouzas, se percataron de que se estaba celebrando allí una gran fiesta con motivo del casamiento del hijo de un hombre de tierras de Gaia, en la ribera del Duero, con la hija de otro rico señor de la Maía, que tenía sus tierras y vasallos en Bouzas.

El ambiente de la fiesta era de gran alegría, y todos participaban de la algarabía general recitando romances, cantando cantigas, tocando cítaras, violas, gaitas y panderos. Algunos señores a caballo jugaban a bafordar, que es un juego consistente en arrojar la lanza al aire y galopar para recogerla en el aire antes de que toque el suelo.

Entre estos señores estaba el novio, y sucedió que cuando el joven estaba a punto de coger la lanza que caía del aire, su caballo dio un salto, se metió en el mar y se sumergió. Todos se quedaron horrorizados al ver cómo hombre y caballo desaparecían entre las olas. El único rastro que había quedado de ellos era una fina estela de espuma que se adentraba en el mar hasta la barca en la que navegaban los guardianes del cuerpo del Apóstol. Pero entonces se hizo el milagro, y el caballo emergió de nuevo de las aguas con el joven a lomos, allí mismo al lado de la barca.

El joven, aún aturdido, se miró a sí mismo y a su caballo y se dio cuenta de que ambos estaban cubiertos de vieiras; incluso halló varios de estos moluscos bajo su sombrero. Y supo así que había viajado por debajo del mar sin sufrir daño alguno y ahora su caballo caminaba por encima de las aguas igual que si estuviese en tierra.

Ante semejante prodigio, y sin saber por qué tal cosa le sucedía a él, vio a su lado la barca y a quienes viajaban en ella. Y, por alguna razón, se sintió tranquilo, feliz y reconfortado. Tras contarles lo que le había pasado, les mostró las vieiras que lo cubrían y les preguntó qué significado tenía todo aquello.

Ellos le respondieron:

—Verdaderamente, Dios quiere elevarte y Jesucristo, por este su vasallo que aquí traemos nosotros en esta barca, ha querido mostrar por él Su poder a ti y a todos los que ahora son vivos y a los que después habrán de venir, que en este su vasallo quisieren amar y servir y que lo vengan a buscar allí donde él sea enterrado, y que deben traer conchas como esas de que tú has sido «conchado», como señal y sello de privilegio.

Después sopló el viento, las velas se hincharon y la barca partió rumbo a las playas, donde más tarde deberían depositar en tierra el cuerpo de Santiago el Mayor. En cuanto al joven caballero, regresó a tierra cabalgando sobre las olas, donde fue recibido con gran contento por todos los invitados de su boda.

Y desde entonces, todo peregrino que debiera ir hacia Compostela, donde descansan los restos del Apóstol, tendría que lucir como prueba de su peregrinar la concha de vieira en su sombrero y en la esclavina del sayal.

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