viernes, 20 de octubre de 2017

Crónica Negra de España, primera parte


¡Hola a todos!

Seguimos un día más con el mes del terror en la Biblioteca, que ha pasado demasiado rápido para mi gusto. Mi escasez de tiempo libre se ha notado, ya que no he subido tantas cosas como me hubiera gustado, pero espero poder compensaros con el post que os traigo hoy. He tenido que elegir entre dos temas que me parecían bastante interesantes: el mundo del crimen y el ocultismo. En un principio tenía pensado recopilar una serie de objetos malditos y hacer una lista con los más conocidos, ahondando en las leyendas que les rodean. Pero después de hacer una consulta en Facebook, he optado por el tema del crimen, ya que supone hacer un viaje por la Historia más tétrica, oscura y bestial de España.

Hoy vamos a hacer un repaso a la crónica negra de mi país a través de sus crímenes más conocidos y perturbadores. En esta lista se recogen asesinatos de personajes muy influyentes, matanzas indiscriminadas, atentados contra la propia familia, crímenes sin resolver, violaciones, torturas y terror, mucho terror. He buscado información de casos antiguos y nuevos y he tratado de resumirla de tal modo que pudiera recoger la mayor cantidad de datos en unos pocos párrafos, pero aun así me ha salido tan larga que he decidido partir la lista por la mitad y ofreceros hoy la primera parte, dejando la segunda para dentro de unos días.

Me gustaría advertir que, a partir de aquí, voy a hablar de temas bastante serios y que algunas de las cosas que voy a comentar pueden herir la sensibilidad del lector, de modo que recomiendo seguir leyendo con prudencia o dejarlo en este punto si uno no es capaz de soportar el horror que está por descubrir.

Si habéis decidido seguir leyendo, adelante.


La masacre de Puerto Hurraco




La masacre de Puerto Hurraco fue un asesinato masivo ocurrido en 1990 en un pequeño municipio de Badajoz (Extremadura, España), en el que dos hermanos de la familia Izquierdo la emprendieron a tiros contra los miembros de la familia Cabanillas, con los que tenían, según ellos, varias cuentas pendientes.

La historia de rivalidad entre estas dos familias se remonta a 1967, año en el que tuvieron varias rencillas por la venta de unas tierras y por el amor no correspondido entre Amadeo Cabanillas y Luciana Izquierdo; este rechazo amoroso provocó la primera muerte en el seno de esta familia, ya que Amadeo Cabanillas fue asesinado a manos de Jerónimo Izquierdo, quien ingresó en prisión por este crimen. Nada más cumplir su condena, Jerónimo regresó a Puerto Hurraco con la idea de vengar la muerte de su anciana madre, fallecida en un incendio en su propia casa y que, según los Izquierdo, había sido provocado por los Cabanillas. Aunque la investigación policial no halló culpables, Jerónimo atacó a uno de los Cabanillas con un cuchillo y lo hirió de gravedad, aunque el hombre finalmente logró sobrevivir. Por este hecho, Jerónimo Izquierdo sería internado en un psiquiátrico, muriendo allí al cabo de nueve días.

Pero la masacre que haría tristemente inmortal el nombre del municipio quedaría a manos de los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo, quienes el 26 de agosto de 1990 salieron de su casa vestidos de cazadores y armados con escopetas de postas del calibre 12, se escondieron al anochecer en un callejón de Puerto Hurraco para después salir y disparar en una plaza contra los miembros de la familia Cabanillas. Aunque buscaban al supuesto culpable del incendio en el que había fallecido su madre, los Izquierdo vaciaron varios cartuchos contra cualquiera que se les cruzara en el camino, dejando un total de nueve muertos entre los que se encontraban dos niñas. A tal punto llegó su ceguera que incluso dispararon contra una unidad de la Guardia Civil que había acudido al lugar del suceso, alertada por los vecinos.

Tras el tiroteo, los Izquierdo huyeron a la sierra, donde fueron encontrados al cabo de nueve horas. Ninguno de los dos mostró el menor arrepentimiento por lo que habían hecho, y aseguraron que, de no haberlos capturado, habrían vuelto para provocar una nueva masacre. Finalmente, fueron llevados a juicio y condenados a pasar 684 años de cárcel y a pagar una indemnización a la familia Cabanillas. Las hermanas Ángela y Luciana Izquierdo, al principio acusadas de ser las principales instigadoras del crimen, fueron recluidas en un centro psiquiátrico, donde pasaron el resto de su vida. En el año 2006, Emilio Izquierdo falleció en su celda por causas naturales, posiblemente por un problema de corazón. Tres años y medio después, su hermano Antonio se suicidó en prisión ahorcándose con sábanas anudadas tras enterarse que aquel mismo día tendría que haber salido de prisión, pero que se había prolongado su condena a cinco años más por la aplicación de la Doctrina Parot.


La matanza de Los Galindos




Uno de los grandes misterios sin resolver de la crónica negra de España, un quíntuple crimen cometido en 1975 en el cortijo sevillano de Los Galindos que provocó un gran impacto en la época no solo por la crueldad que se empleó en la matanza de aquellas cinco personas, sino también porque nunca se pudo conocer la identidad de los que perpetraron los asesinatos.

Todo empezó el 22 de julio de 1975, cuando un mandadero de Los Galindos dio la voz de alarma al grito de “¡El cobertizo está ardiendo y hay sangre!”. Una vez apagado el incendio, los miembros de la Guardia Civil hallaron un reguero de sangre que los condujo hasta el interior de la casa del capataz Manuel Zapata, donde encontraron a su esposa muerta, con la cabeza aplastada a golpes, entre dos camas metálicas. Tres horas después, se encontraron entre los rescoldos del pajar dos cuerpos más, el del tractorista y el de su esposa embarazada, que habían sido mutilados y calcinados. Y antes de que acabara aquella terrible jornada, unas manchas rojas en el camino les condujeron al lugar donde reposaba el cadáver de un peón, muerto de un disparo a quemarropa en el pecho. Los rumores de que el culpable había sido el capataz se propagaron como la pólvora, pero esta teoría quedó completamente invalidada cuando tres días después se encontró el cadáver de Manuel Zapata junto a un árbol. Tenía la cabeza destrozada y posiblemente lo habían arrastrado hasta aquel lugar para despistar a los investigadores.

La primera fase de la investigación fue un despropósito inconcebible incluso para la época, motivada por la torpeza de los agentes, al no preservar la escena del crimen y evitar que se contaminara. Entre otras cosas, se permitió que vecinos y curiosos se pasearan por el lugar a sus anchas, se movieron los cadáveres de sitio y se llegó a limpiar el escenario del crimen cuando se supo que iba a llegar la TVE. Para cuando se quiso hacer una investigación más exhaustiva, no quedaba ya ni una sola huella intacta, lo que probablemente contribuyó a que los culpables no fueran encontrados jamás.

En cuanto al móvil de los asesinatos, se cree que pudo haber sido un motivo pasional. La versión oficial de los hechos señala al tractorista José González como el autor material de los hechos. Según la misma, una pelea con el capataz, que no le había permitido cortejar a su hija tiempo atrás, le llevó a matarlo con una pieza de hierro de una empacadora y a hacerle lo mismo a su esposa. Un peón que pasaba por allí vio lo sucedido y fue despachado de un tiro. Más tarde, José González habría ido a buscar a su esposa y, tras discutir con ella, la habría matado, habría arrojado su cuerpo al almiar y le habría prendido fuego. La muerte del tractorista podría haber sido accidental o un suicidio.

La familia del presunto culpable vivió un calvario de ocho años, que concluyó cuando el forense Luis Frontela exhumó los restos y dictaminó que al tractorista lo habían matado de un golpe en la cabeza y que habían intentado descuartizarlo antes de arrojar su cadáver al fuego. Asimismo, aclaró que posiblemente hubiera más de un culpable. Se barajaron varios nombres, incluso el de los propios dueños de la finca, pero nunca se llegó a una conclusión fiable. Tampoco el verdadero móvil quedó aclarado, pues se cree que podría haber sido por dinero o por un asunto de drogas.

Sea como fuere, el caso nunca se pudo resolver. Se dice que personajes influyentes contribuyeron a parar la investigación para evitar molestias o que se hurgara demasiado en asuntos que no convenía que salieran a la luz. Los errores cometidos durante la investigación tampoco ayudaron a que la verdad prevaleciese. En 1988, el caso quedó cerrado definitivamente y en 1995 prescribía. El sumario, que constaba de unos 1.300 folios, se perdió de principio a fin por no haber sido conservado en las condiciones que debería. De aquel dramático suceso solo nos queda la frase “Aquí mataron a cinco”, que estuvo pintada en uno de los muros del cortijo durante muchos años, cruel recordatorio del crimen que no se pudo o no se quiso resolver.


El Mataviejas




El Mataviejas es el apodo con el que se conoce popularmente a José Antonio Rodríguez Vega, que pasaría a la historia negra de España como uno de los asesinos en serie más fríos y repugnantes que jamás ha habido, no solo por su modus operandi, sino también porque sus víctimas preferidas eran ancianas indefensas que nada podían hacer contra él.

Conocido en su juventud como “el violador de la moto”, Vega se valía de su atractivo físico y de su encanto para salir bien parado de todas las situaciones. Como ya ocurrió en su día con asesinos como Ted Bundy o Richard Ramírez, a pesar de la bestialidad que mostraban al cometer sus crímenes, la gente que les rodeaba tendía a minimizar sus actos, encandiladas por el enorme carisma que sabían destilar estos monstruos. Y lo mismo sucedió con Vega. A pesar de que fue condenado a 27 años de cárcel por haber cometido diversos abusos y violaciones, muchas de sus víctimas decidieron perdonarle; esto, unido a su buen comportamiento en prisión, contribuyó a que se acortara su condena a ocho años.

Apenas un año después de haber salido de la cárcel, Vega volvió a las andadas. Sin embargo, en vez de ir a por mujeres jóvenes, escogió como víctimas a ancianas a las que observaba durante días para cerciorarse de que vivían solas. Una vez se aseguraba de que no hallaría resistencia, buscaba la manera de introducirse en sus casas para abusar de ellas y después matarlas.

El primer asesinato tuvo lugar en agosto de 1987. La víctima, una mujer de 82 años llamada Margarita González, fue hallada muerta en su domicilio. Vega la había estrangulado y había hecho que se tragara su propia dentadura postiza. Ese mismo año mató a más mujeres de edades que oscilaban entre los 60 y los 90 años, de ahí que se le pusiera el apodo de “El Mataviejas”. Sin embargo, como ocurre con todos los asesinos en serie, Vega empezó a refinar sus métodos de matar para adecuarlos al cumplimiento de sus fantasías, y esto fue lo que le ocurrió a Julia Paz, a la que violó repetidas veces hasta provocarle la muerte. Cuando la Policía registró la casa de la víctima, hallaron su cuerpo desnudo y con señales de haber sufrido diversas agresiones sexuales.

Después de este terrible asesinato, el Mataviejas acabó con la vida de unas diez mujeres más cuyas identidades permanecen en el anonimato a petición de sus familias. Sin embargo, Vega cometió un descuido en su último asesinato al dejarse una tarjeta de contacto en el domicilio de la víctima, lo que ayudó a la Policía a encontrarle y arrestarle en mayo de 1988.

El juicio contra el Mataviejas comenzó tres años después de su arresto. Aunque cuando fue arrestado confesó la verdad sobre sus crímenes, cuando empezó el juicio decidió cambiar su versión de los hechos y se declaró inocente, aunque de nada le serviría. En el juicio se supo que su manera de acceder a las viviendas de las ancianas era hacerse pasar por electricista o albañil y, con la excusa de hacer alguna reparación, se ganaba la confianza de las señoras y éstas le dejaban entrar en sus casas. Una vez allí, Vega abusaba de ellas, las mataba y después robaba algunas de sus pertenencias a modo de trofeo. Tras hacérsele diversas pruebas médicas, los expertos psicólogos dictaminaron que era un psicópata que no podía quedar en libertad.

José Antonio Rodríguez Vega fue hallado culpable y condenado a pasar 432 años en prisión por dieciséis delitos de asesinato. Pero la sociedad española solo respiró tranquila cuando años después, en 2002, se supo que dos presos habían asesinado a puñaladas al Mataviejas. Al parecer, los reclusos del penal donde estaba recluido le tenían una tremenda ojeriza a Vega por incumplir dos leyes de la cárcel: la de ser un violador y la de trabajar como chivato para los funcionarios de prisión. Al ser llevado por la Policía, uno de los asesinos exclamó “¡He matado al Mataviejas!”, frase que fue recibida con una salva de aplausos por los que presenciaron su arresto, lo que da fe de la repulsión que la gente sentía hacia Vega.

El Mataviejas fue enterrado en una fosa común en octubre de 2002. Nadie reclamó su cuerpo y a su entierro solo asistieron los dos hombres que se encargaron de darle sepultura.


El exorcismo de Almansa




Este ha sido, posiblemente, uno de los casos más brutales, abominables y terribles que han acontecido en la historia criminal española. Resulta difícil imaginar un crimen más salvaje y absurdo que el de Rosa Fernández Gonzálvez, una niña de 11 años que fue asesinada por su propia madre en medio de un ritual de sanación.

Los hechos se produjeron durante la madrugada del 18 de septiembre de 1990 en el pueblo albaceteño de Almansa. Este municipio, que bien podría ser conocido por su maravillosa artesanía zapatera, era más famoso por ser la cuna de numerosos curanderos y espiritistas que decían sanar en nombre de Dios y de Santa Lucía, cuyas estampillas atiborraban las casas de estos sanadores. Rosa Gonzálvez era una de las sanadoras más famosas de Almansa, a cuyo hogar acudían todos los días un sinnúmero de “enfermos” a los que curaba con la imposición de manos. Estas visitas le proporcionaban pingües beneficios, hasta el punto de que su marido, Jesús Fernández, pudo permitirse el lujo de dejar su trabajo y ejercer como secretario de su mujer.

Todo comenzó tres días antes, cuando Rosa Gonzálvez, María de los Ángeles Rodríguez y su hermana Mercedes salieron juntas a cenar. Al día siguiente, Rosa quedó con María de los Ángeles para exorcizarle un mal espíritu a su amiga y a los hijos de ésta, a los que metía los dedos en la boca para hacerles vomitar. Al día siguiente vuelve a realizarse otro ritual en el que estas dos mujeres se comportan como locas y se revuelven en medio de una violencia histérica pasmosa y difícil de imaginar. Tras la sesión, Rosa y María de los Ángeles se encerraron en el dormitorio del matrimonio; a medianoche, Mercedes regresó a la casa de la sanadora y fue invitada a unirse al ritual que desembocaría del modo más dramático que se pueda imaginar.

En la madrugada del día 18, Jesús halló a su esposa y a las hermanas Rodríguez totalmente desnudas y cubiertas de excrementos y bilis. A golpes, las mujeres obligan a Jesús a que despierte a la pequeña Rosi y la lleve a la habitación; incomprensiblemente, el hombre no tuvo valor para negarse y obedeció las órdenes de las mujeres. Una vez en poder de las mujeres, Rosi es desnudada y metida en la cama, pero al cabo de un rato su madre la obliga a tumbarse en el frío suelo, lo que la hace tiritar. Esto fue suficiente para que su madre pensara que un espíritu maligno se había apoderado de su cuerpo.

Mientras tanto, el ritual proseguía. Rosa y María de los Ángeles atacaron a Mercedes dándole patadas en la vagina y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar, señal que les indicaba que los malos espíritus habían sido expulsados. Es imposible describir el miedo que debió pasar la pequeña al presenciar semejante espectáculo de violencia y superstición, sin sospechar que estaba viviendo los últimos minutos de su corta vida. Aprovechando que Jesús había salido de la casa, las tres mujeres llevaron a la niña de vuelta a su cuarto y siguieron con sus rezos y jaculatorias, hasta que Rosa tuvo la fatal ocurrencia de decir que su hija estaba embarazada del Diablo.

Fue el principio del fin. Las tres enajenadas cayeron sobre la niña y, mientras las dos hermanas la sujetaban, Rosa le abrió las piernas,  introdujo sus manos en la vagina de su hija y empezó a arrancarle los ovarios, los intestinos, el útero… hasta eviscerar por completo a la pequeña, que murió de un shock provocado por el indescriptible dolor que sufrió en el proceso. Aun después de muerta, las enloquecidas mujeres siguieron sacándole las vísceras mientras gritaban que aquello era un nido de demonios.

A la mañana siguiente, Jesús y su cuñada Ana Gonzálvez consiguieron entrar en la habitación, quedando horrorizados ante la escena. Las mujeres atacaron a Ana e intentaron arrancarle los ojos para, según ellas, hacer que la niña reviviera. Cuando se empezaron a dar cuenta de lo que habían hecho, Rosa y María de los Ángeles intentaron darse a la fuga pero fueron capturadas por la Policía; Mercedes fue arrestada en el mismo lugar de los hechos.

En 1992, el Tribunal de Albacete dictó sentencia sobre las tres mujeres, que quedaron absueltas bajo la eximente de haber padecido un trastorno mental transitorio. Una sentencia que causó una comprensible indignación en Almansa y en toda la sociedad española, considerando, con toda la razón del mundo, que no se le había hecho justicia a la pequeña e inocente Rosi.


El parricida de Santomera




Hasta ahora hemos visto crímenes y asesinos cuyos nombres han perdurado en la memoria colectiva de España y que a día de hoy siguen siendo sinónimo de sangre y terror. Otros de los casos que figurarán en la segunda parte de esta lista también pueden presumir de tener nombre propio, pero no es así con el que nos ocupa. Si le preguntáramos a alguien al azar quién fue el parricida de Santomera, pocos sabrían responder correctamente. Pero si, unido a la pregunta, le mostráramos el vídeo en el que aparece la víctima llorando y pidiendo ayuda para que la protegieran de su hijo, estoy segura de que todos reconocerían el caso al instante.

Ángelo Carotenuto era un joven que, según contaba su propia madre, “era bueno pero lo que tomaba lo hacía malo”. El joven padecía una esquizofrenia paranoide que, unido al excesivo consumo de cocaína y drogas de diseño desde su adolescencia, hacía que se volviera extremadamente violento e incontrolable. Divorciado de su mujer, con la que tenía una hija, no soportaba que ésta hubiera buscado refugio con su propia madre, Teresa Macanás, que sería la víctima principal de la furia descontrolada de su hijo.




A pesar de que Teresa insistía en que Ángelo, en el fondo, era un buen hombre, es difícil creerlo sabiendo lo que sucedía en aquella casa. Teresa narró su terrible experiencia ante las cámaras de TVE para el programa “Gente”, donde contó que su hijo se volvía loco cuando no se tomaba la medicación y la emprendía a golpes con ella a la vez que le exigía que le diera dinero. La desdichada mujer llegó a advertir que algo gordo iba a pasar en su casa, dando a entender que sabía que su hijo era muy capaz de matarla llegado el caso. Su testimonio ante las cámaras era una petición de ayuda desesperada. Quería que se internara a su hijo y que la ayudaran a escapar de aquel infierno en el que vivía.

Dos años después de estas palabras, Teresa denunció a su hijo, que fue condenado por un delito de agresiones en el seno de la familia, siendo por ello recluido durante un año en un centro de salud mental. Tras su puesta en libertad, Ángelo regresó a casa de su madre, a la que propinó una brutal paliza que a punto estuvo de llevarla a la tumba, lo que le valió otros siete meses de reclusión y una orden de alejamiento de su madre durante un año y medio. Pero esta orden de alejamiento no se cumplió por dos razones: porque los problemas mentales de Ángelo le impedían comprender que debía obedecer dicha orden y porque su propia madre no soportaba ver a su hijo tirado por la calle y lo acogía de nuevo en su casa.

La tragedia se desencadenaría una noche de agosto del año 2007. Teresa se encontraba fregando los platos en el restaurante que ella misma le había regalado a su hijo para que se ganara la vida, cuando Ángelo apareció detrás de ella armado con un cuchillo. Habían tenido una terrible pelea debido a que Teresa, harta de que Ángelo le pidiera dinero para gastárselo en drogas y alcohol, decidió dejar de dárselo. Esto enfureció tanto a su hijo que tramó un plan para matar a su madre. Fue así como Ángelo apuñaló a Teresa en el costado hasta veinticuatro veces para después, una vez muerta, decapitar su cadáver. No contento con esto, Ángelo envolvió la cabeza en trapos de cocina y salió con ella a la calle ante el estupor de todos los vecinos. Quienes se cruzaron con él pudieron ver cómo le daba besos a la cabeza de su madre y hablaba con ella diciéndole cosas tales como “Mamá, ahora ya estás callada, así estás mucho mejor, y así no vamos a discutir más. Te quiero mucho, mamá. No te preocupes por nada”.

Esta terrible historia acabó cuando Ángelo depositó la cabeza de su madre en un muro, momento en que fue atrapado por la Policía. El juicio se llevó a cabo un tiempo después y, tras llegar a un acuerdo con la fiscalía, se decidió solicitar el internamiento de Ángelo en un centro de salud mental durante al menos veinte años, condena que hasta el momento se ha cumplido en su totalidad, y terminando así con lo que se podría llamar una crónica de una muerte anunciada.


Hasta aquí la primera parte de esta lista de crímenes. Espero subir la segunda parte dentro de poco. ¡Nos vemos!

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