sábado, 3 de diciembre de 2016

Los Príncipes de la Torre


Érase una vez dos jóvenes príncipes que fueron capturados por un malvado brujo y encerrados en una alta torre de la que no podían escapar…

Este bien podría ser el inicio de un cuento de hadas destinado al entretenimiento de los más pequeños. Se dice que los cuentos a menudo tienen una base real, una historia que empezó de una manera similar pero que no terminó con el final feliz tan propio de los cuentos infantiles. Y la historia que os traigo hoy bien podría haber servido de trasfondo para un cuento de hadas. Pero, como tantas veces ocurre en la Historia, la realidad supera a la ficción y los niños de esta historia no tuvieron tanta suerte como las princesas de los cuentos.



Los Príncipes de la Torre


La historia comienza en Inglaterra. El 9 de abril de 1483, dos años antes de que terminara el conflicto armado conocido como la Guerra de las Dos Rosas, el rey Eduardo IV, primer monarca de la casa de York, murió en Westminster tras tres semanas de sufrimiento por una enfermedad que no fue capaz de superar. Su hijo y heredero, el joven príncipe Eduardo, estaba en Ludlow en el momento de su muerte. A sus trece años, Eduardo acababa de recibir dos noticias que habrían atemorizado a cualquier chico a tan temprana edad: que su padre había muerto y que ahora él debía ceñirse la corona y sentarse en el trono de Inglaterra.

Sin embargo, es bien sabido que un rey tan joven e inexperto necesita contar con la ayuda de buenos consejeros y el apoyo de sus familiares más cercanos. Y en el caso del joven heredero, apoyos no le faltaban. Por parte de su madre, la reina plebeya Elizabeth Woodville, contaba con la ayuda de su tío Anthony, segundo Conde de Rivers; pero su principal apoyo era su tío Ricardo, hermano de su padre y Duque de Gloucester. Ricardo ya había sido tenido en cuenta por el rey Eduardo IV para que, a su muerte, se convirtiera en Lord Protector, tal y como se cuenta en la Crónica de Croyland. Y dado que manifestó públicamente su lealtad hacia el nuevo rey y, además, fue él mismo quien se encargó por un tiempo de la custodia de su sobrino y de la administración del reino, todos daban por supuesto que estaba de acuerdo con las disposiciones de su difunto hermano.

Pero los problemas no tardarían en llegar. El poder es demasiado atractivo para quienes tienen sed de él, y es todavía más tentador cuando el dueño de ese poder no es más que un niño inexperto e influenciable. El joven Eduardo V se vio atrapado y sin escapatoria posible entre el Conde de Rivers y el Duque de Gloucester que, ambiciosos y faltos de escrúpulos, iniciaron varias campañas de desprestigio el uno contra el otro con la intención de obtener el poder. Los parientes de la reina viuda reclamaban para sí el control del gobierno, pero el astuto Ricardo consiguió derrotarles y a la vez hacerse con la corona realizando una jugada magistral.

Eduardo V y su tío Ricardo partieron hacia Londres desde el oeste y el norte respectivamente, encontrándose en Stony Stratford el 29 de abril. A la mañana siguiente, Ricardo mandó prender a la escolta de Eduardo, incluyendo al propio tío del muchacho, el mencionado Anthony Woodville. Ordenó que todos fueran enviados al castillo de Pontefract, situado en Yorkshire, donde el 25 de junio fueron condenados y decapitados. Ricardo entonces se encargó de la custodia del príncipe y apremió a su madre, la reina Elizabeth, para que llevara a su hijito de nueve años Ricardo, Duque de York, y a sus otras hijas a la Abadía de Westminster, donde esperaban encontrar refugio.

Por fin, Eduardo V y su tío llegaron juntos a Londres. Ricardo se encargó de los preparativos para la coronación de su sobrino, que estaba planeada para el 4 de mayo de aquel mismo año. Sin embargo, por algún motivo que no especificó, decidió que la coronación se pospondría para el 25 de junio. El 19 de mayo de 1483, Eduardo fue llevado a la Torre de Londres, la residencia tradicional de los monarcas antes de su coronación, y el 16 de junio se reunió con él su hermano pequeño Ricardo, que hasta entonces había permanecido en la Abadía de Westminster. Una vez consiguió tener a los dos príncipes en su poder, Ricardo postergó la coronación de Eduardo indefinidamente, lo que es otra forma de decir que acababa de hacerse con el control absoluto del gobierno inglés. El 22 de junio se pronunció un sermón en el que se le declaraba como único y legítimo heredero de la Casa de York, y el 25 de junio un grupo de lores y caballeros acudieron a Ricardo para pedirle que tomara el trono de Inglaterra.

Quedaba el asunto de los dos príncipes, hijos del difunto Eduardo IV. Por desgracia para ellos, el Parlamento declaró a Ricardo rey de pleno derecho, argumentando que el matrimonio de Eduardo IV con Elizabeth Woodville había sido ilegal, ya que en su día se había establecido un precontrato de matrimonio con lady Eleanor Butler; este precontrato, que equivalía a un compromiso serio y formal, fue el argumento utilizado para invalidar la legitimidad de los hijos de Eduardo IV y, por tanto, destruir todas sus posibilidades de acceder al trono de Inglaterra. El 3 de julio de 1483, el Duque de Gloucester fue coronado rey, pasando a la Historia con el nombre de Ricardo III. Los jóvenes príncipes fueron confinados en la Torre de Londres, de donde no volverían a salir con vida.

Nunca se supo a ciencia cierta lo que les ocurrió a los niños. Dominic Mancini, un fraile italiano que estuvo en Londres durante la primavera de 1483, escribió que Eduardo y su hermano pequeño Ricardo estaban alojados en la parte más interior de la Torre, y que cada vez se les veía menos hasta que finalmente desaparecieron. Mancini apunta también que durante este período un médico visitaba asiduamente al príncipe Eduardo, del que dijo que «como una víctima preparada para el sacrificio, pedía perdón por sus pecados mediante la confesión y penitencia diarias, pues creía que la muerte lo acechaba».

Hubo también testimonios de que se había visto a los príncipes jugando en los terrenos aledaños a la Torre poco después de que Ricardo fuese llevado junto a su hermano mayor, pero no se han registrado apariciones de ninguno de ellos después del verano de 1483. Se intentó llevar a cabo un intento de rescate a finales de julio, pero fracasó. El destino de los príncipes continúa siendo un misterio.



Asesinato de los hijos de Eduardo IV


Es aquí donde los historiadores no se ponen de acuerdo, ya que el suceso se presta a todo tipo de hipótesis y elucubraciones. La opinión general es que los príncipes fueron asesinados poco después de su desaparición. Es posible que el alzamiento contra Ricardo III que tuvo lugar en el verano de 1483 estuviese destinado en un principio a rescatar a Eduardo V y a su hermano antes de que fuera demasiado tarde, pero cuando el Duque de Buckingham intervino, traspasó su apoyo a Enrique Tudor, ya que al parecer tenía la certeza de que los príncipes de la Torre estaban muertos. Otros historiadores retrasan la fecha de su fallecimiento hasta la coronación de Enrique VII, primer rey de la Casa Tudor.

La desaparición de los príncipes provocó un sinfín de rumores, a los que se sumó la falta de pruebas concluyentes acerca del destino de los niños. Fue un acontecimiento tan insólito que los rumores llegaron incluso a Francia; en 1484, Guillaume de Rochefort, Lord Canciller de Francia, rogó que se tuviera en cuenta lo que les había ocurrido a los príncipes, ya que su propio rey, Carlos VIII, no contaba por entonces más que trece años. Ya entonces la opinión más extendida era que Eduardo V y su hermano Ricardo habían sido asesinados, pero queda el espinoso asunto de averiguar quién fue su asesino. Se barajaron varios nombres, pero nunca quedó del todo claro si estas acusaciones eran ciertas o si solo habían sido una manera de desprestigiar a un rival político.

Muchos historiadores coinciden en que Ricardo III es el mayor sospechoso de la desaparición y posterior ejecución de los príncipes por razones más que evidentes. De todos los implicados, él era el que salía más beneficiado, ya que al promover la ilegitimidad de los herederos, la corona recaería en él antes que en ningún otro. Sin embargo, aunque los príncipes hubieran sido eliminados de la sucesión, la posición de Ricardo III en el trono era muy frágil debido precisamente a la manera en que había obtenido la corona. Ciertamente, la desaparición de los príncipes y la sospecha de que habían sido asesinados por orden suya contribuyó a hacerle muy impopular y generó un gran descontento en los partidarios de la Casa de York. Además, el hecho de que se intentara llevar un intento de rescate de los príncipes es una prueba más que evidente de que los niños supondrían una amenaza constante para su posición mientras estuvieran vivos. A pesar de las sospechas que había, Ricardo no se pronunció al respecto ni hizo el menor intento de hacer una aparición pública con sus sobrinos, lo que da pie a pensar que los niños ya estaban muertos. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que los enemigos de Ricardo III utilizaran a los príncipes como excusa para cargar contra el monarca y desprestigiarle.

Sin dejar de lado el nombre de Ricardo III, otro posible sospechoso del asesinato de los príncipes es James Tyrrell. En el momento de la desaparición de los príncipes, Ricardo III no se encontraba en la corte, por lo que es imposible que él los matara con sus propias manos. Los niños estaban férreamente custodiados por la guardia de la Torre, cuyas instrucciones eran que nadie se acercara a los niños sin conocimiento del Rey. Pero es posible que Ricardo enviara a uno de sus hombres con la orden de matar a los niños en su nombre; teniendo en cuenta que nada si hacía sin el consentimiento del Rey, es poco probable que no supiera que sus sobrinos iban a ser asesinados. Esta es la versión defendida por Tomás Moro y Polydore Vergil, quienes señalan a James Tyrrell, caballero que luchó muchas veces por la Casa de York, como el brazo ejecutor de Ricardo III. Fue arrestado cuando Enrique Tudor llegó al trono, y antes de ser ejecutado se dice que confesó, bajo tortura, que él había matado a los príncipes siguiendo órdenes de Ricardo III. Sin embargo, una vez más tenemos que tener cuidado con esta afirmación, ya que las confesiones bajo tortura nunca son fiables y, además, el informe de la confesión nunca fue encontrado. Y eso sin mencionar que todo podría ser una invención para manchar todavía más el nombre de Ricardo III y legitimar así la posición de Enrique VII en el trono.

Otro candidato podría haber sido Henry Stafford, segundo Duque de Buckingham y mano derecha de Ricardo III. Se ha sugerido que Buckingham tenía sus propios motivos para desear la muerte de los príncipes. Como descendiente de Eduardo III a través de Juan de Gante, primer Duque de Lancaster, y de Thomas de Woodstock, primer Duque de Gloucester, Buckingham podría haber tenido esperanzas de acceder al trono por partida doble. Además, su ejecución en octubre de 1483 puede dar pie a pensar que Ricardo III supo de sus intenciones y le consideró una amenaza que era mejor eliminar. Sin embargo, cuando se planeó el rescate de los príncipes y el Duque de Buckingham supo que lo más probable era que estuvieran ya muertos, al parecer mostró signos de sincera sorpresa. Un documento portugués redactado en la época señala a Buckingham como culpable de la muerte de los príncipes, ya que al parecer Ricardo III se los entregó «al Duque de Buckingham, bajo cuya custodia los dichos príncipes murieron de inanición».

Y por último, cabe la posibilidad de que quien estaba detrás de la muerte de los príncipes fuese el mismísimo Enrique VII. El rey Tudor, deseoso de legitimar sus pretensiones al trono inglés, habría hecho todo lo posible por eliminar a aquellas personas que pudieran ser una amenaza para él. De hecho John de Gloucester, uno de los hijos ilegítimos de Ricardo III, fue ejecutado hacia 1485, año en el que Enrique Tudor llegó al trono. Además, un año después, Enrique VII se casó con la hermana mayor de los príncipes, Isabel de York, uniendo así las casas de York y Lancaster, reforzando sus derechos sobre el trono y poniendo fin a la Guerra de las Dos Rosas.



Los hijos de Eduardo IV


En 1674, unos hombres que trabajaban en la remodelación de la Torre de Londres encontraron una caja de madera que contenía dos esqueletos humanos de pequeño tamaño. Los huesos se encontraron enterrados a una gran profundidad bajo la escalera que llevaba a la capilla de la Torre Blanca. No eran los primeros esqueletos de niño que se encontraban en la Torre, pero fueron muchas las voces que clamaron que eran los restos de los hijos de Eduardo IV. Las razones que se dan para hacer tal afirmación son que el lugar donde se hallaron los cuerpos estaba muy cerca de donde Tomás Moro había indicado que estaban los príncipes; además, un informe anónimo dice que se encontraron trapos y retales de terciopelo cerca de los cadáveres, y el terciopelo era una tela cuyo uso era exclusivo de la aristocracia. Cuatro años después, los huesos fueron introducidos en una urna y enterrados en la Abadía de Westminster. Un monumento diseñado por Christopher Wren señala el lugar de descanso de los presuntos príncipes.

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