domingo, 9 de octubre de 2016

Mamá está aquí


Todos los días desaparece alguien en el mundo. A veces, una persona sale de su casa y no vuelve nunca más. Simplemente desaparece. Pero la cosa es mucho más grave y más espantosa cuando el que desaparece es un niño.

En un parque infantil, los niños juegan sin preocupación alguna. La escena que se dibuja ante nuestros ojos desprende inocencia por los cuatro costados: niños que se balancean en el sube y baja, se tiran por el tobogán, juegan a la pelota, acunan a sus muñecas... Las madres observan a los pequeños cerca de allí y no les pierden de vista. Pero no hay peligro alguno, porque tampoco los niños se alejan demasiado y permanecen en el parque, el mejor lugar para llevar a cabo sus juegos.

Pero, en cierto momento, uno de los niños chuta el balón demasiado fuerte y tiene que ir a buscarlo. En el momento en que se agacha para recoger su balón, el niño queda paralizado al ver ante él un par de pies desnudos. A medida que levanta la vista, el horror lo hace enmudecer.

Alta como una torre, una mujer le observa a través de sus cabellos revueltos. Lleva una especie de vestido destrozado que antaño debió haber tenido otro color, pero hoy no es más que gris sucio. Una chaqueta de punto, de un tono gris más oscuro, es su único abrigo en aquel día de invierno. Está descalza, sus pies amoratados por el frío, llenos de ampollas y llagas sanguinolentas. Y, sin embargo, es su mirada lo que infunde verdadero temor.

El niño se queda mirando a la mujer sin poder hablar, sin poder hacer nada. Quiere huir, pero sus pies no le obedecen. Es como si la mirada de esa mujer le obligara a quedarse allí parado, esperando. De pronto, la mujer musita:

-¿Has perdido a tu mamá, cariño?

El pequeño responde:

-No. Mi mamá está allí. -Y señala el lugar del parque donde le espera su madre.

La mujer no le presta atención. Sus ojos no se desvían del niño.

-Esa no es tu mamá.

El niño va a protestar, pero la mujer cae sobre él abriendo su chaqueta gris, envolviéndolo con esas alas como un cuervo haría con sus crías. El niño se ve atrapado en aquel abrazo asfixiante y no puede escapar. Todo su ser lucha, pugna por huir de esos brazos fríos, podridos, muertos. Se da cuenta de que la mujer no respira y su corazón no late. Es un cadáver andante que se mueve solo a fuerza de voluntad, de una poderosa voluntad que ha desafiado a la muerte y a cualquier tipo de lógica.

Envuelto en la oscuridad, el niño se ve asaltado por imágenes que no reconoce, aunque todas ellas tienen un eje común. En las imágenes hay otros niños como él, aproximadamente de su misma edad. Todos los niños, por algún motivo, se han apartado de su lugar de juegos y se han encontrado con la misma mujer que ahora lo mantiene prisionero en esa cárcel oscura. A todos los ha capturado después de decirles que no tenían madre.

Entonces surgen más imágenes, pero estas pertenecen a un pasado que el niño no reconoce. Un pasado en el que a aquella mujer, una adolescente que había dado a luz un bebé que le fue arrebatado por considerarla demasiado joven e inexperta para cuidarlo. La pobre muchacha, ciega de dolor, había abandonado la antigua clínica y se había lanzado a las gélidas calles para buscar a su bebé desaparecido. Se perdió en aquella noche nevada y no volvió a aparecer nunca.

Sin embargo, aunque han pasado muchos años, todavía se puede encontrar a esta mujer cerca de los lugares donde hay niños. Observa, oculta entre árboles o edificios, a los pequeños, buscando entre ellos al que podría ser su hijo. Cuando cree que lo ha encontrado, busca la manera de acercarse a él y llevárselo a su mundo frío y oscuro.

El niño comprende entonces que está acabado. Si esa mujer cree que él es su hijo, entonces no hay escapatoria posible. Lo mejor que podría pasarle, llegado el caso de que la mujer descubra que no es su hijo desaparecido, es que lo estrangule y ponga fin a su vida. Como ha hecho con los demás.

Temblando como un pajarillo, el pequeño no puede evitar echarse a llorar. Entonces, la mujer le abraza con más fuerza, casi quitándole la respiración, y susurra:

-No llores, cariño. Mamá está aquí.




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