lunes, 4 de julio de 2016

Fortunata y Jacinta, dos historias de casadas


Fortunata y Jacinta nacieron en 1887 como personajes llenos de vida, creadas por Benito Pérez Galdós. Casi ciento treinta años desde la publicación de la novela que lleva sus nombres, y que aún hoy sigue siendo un motivo para la reflexión. Fortunata y Jacinta, dos historias de casadas; una historia de dos mujeres que Galdós utilizó para representar a la perfección dos mundos radicalmente opuestos: la alta burguesía y el pueblo llano; y con el fin de escrutar el insondable universo del alma humana y de la pasión femenina. Como marco necesario, Galdós representó el Madrid del Sexenio Revolucionario y los preámbulos de la Restauración borbónica. Toda la novela responde a la idea de Galdós de servirse de los desequilibrios sociales como pantalla para perfilar la figura de sus personajes.

Fortunata y Jacinta es algo más que una típica novela de costumbres. Son muchos los críticos que coinciden en señalar esta obra como el mejor relato de las letras españolas, después del Quijote. Pero esto es así no por la riqueza argumental, sino porque supone ante todo el retrato filosófico de la época que le tocó vivir a Galdós, un escritor que se caracterizaba por hacer de la aventura el supremo arte de la observación incansable. Contaba Galdós por entonces cuarenta y cuatro años, más de media vida en un tiempo protagonista, excepcional, de numerosos cambios sociales y políticos, de lucha con las ideas, de toda la actividad pensadora y cambiante que supuso el siglo XIX. En este escenario es donde se desarrollan las vidas de Fortunata y Jacinta.

La historia comienza en 1865, cuando doña Bárbara Arnaiz, esposa del rico comerciante de paños don Baldomero Santa Cruz, decide poner fin a los devaneos de su díscolo hijo Juan organizando su futuro matrimonio con su prima Jacinta Arnaiz. Y aunque Juanito Santa Cruz accede sin problema alguno a casarse con Jacinta, a espaldas de ésta no deja de frecuentar los brazos de Fortunata, una joven huérfana que vive con su tía, huevera y pollera, en la Cava de San Miguel. Las rupturas y reconciliaciones se sucederán a lo largo de más de diez años, tiempo que marcará irremediablemente el carácter y el destino de ambas mujeres.


Jacinta, el deseo insatisfecho

Jacinta Arnaiz representa el gran mundo de la abundancia y de la seguridad existencial, y en él se esconde, cómodamente instalada. Le asusta la fealdad y la realidad no es tan bella como se la imagina; entonces, huye. Su comportamiento se caracteriza por la corrección y la decencia, convirtiéndose en la digna depositaria del honor de su marido. Es fiel y leal, comprensiva y paciente. Acepta la vida tal y como se la han programado. La fidelidad de Jacinta es la garantía de que la estirpe de los Santa Cruz se mantendrá inalterable. No comprende el mundo de las pasiones porque éstas se le han negado durante toda su vida. Durante las largas tardes que dedica a la costura, Jacinta no manifiesta deseo ni curiosidad alguna que vaya más allá de las conversaciones domésticas. Sabe leer y escribir, pero ha leído pocos libros y lo ignora todo acerca de la geografía y la historia de su país.

En cualquier caso, Jacinta es como todas sus coetáneas: se valora a sí misma en función de su capacidad para tener descendencia y, en concreto, para darle un hijo a su marido. Jacinta es hija de una familia numerosa. Ella, que vive con el dolor de la esterilidad (un auténtico escarnio para la mujer de la época), ha tenido dieciséis hermanos de los que han sobrevivido nueve, siete de ellos mujeres. Su padre considera el hecho una auténtica «plaga» que acepta con resignación, mientras que su esposa se lo toma como una cuestión personal que debe resolver.

Tras su matrimonio con Juanito Santa Cruz, la principal preocupación de Jacinta no son tanto las reiteradas infidelidades de su esposo, sino su propia incapacidad para quedarse embarazada. Jacinta siente que necesita la maternidad para tener identidad social y, puesto que el fin inmediato del matrimonio es la procreación, si no consigue tener hijos será culpa suya. En otras palabras, que su unión legal con Juan Santa Cruz sería un completo fracaso. Del mismo parecer es Fortunata, quien considera que sin hijos no hay matrimonio, y puesto que ella le ha dado un hijo a Juanito Santa Cruz, debería ser considerada la verdadera esposa.

Cuando por fin consigue lo que tanto había deseado, un hijo de su marido, Jacinta reacciona con una dureza insospechada. Esos diez años de angustias, traiciones, remordimientos, huidas y mentiras han hecho mella en su espíritu. Jacinta, la dulce y sumisa esposa, descubre que es incapaz de sentir amor por su desleal marido, por lo que le arroja de su vida y le desprecia para siempre. El propio Juan Santa Cruz se queda perplejo por el desdén que su esposa le muestra, pero no le queda más remedio que someterse. Jacinta asume un matriarcado real aunque no oficial en el que Juanito Santa Cruz queda relegado a un papel meramente decorativo. Cierra la puerta de la esperanza para sí misma y se entrega devotamente al hijo de su antagónica Fortunata. Del matrimonio solo queda la fachada por conveniencias sociales, algo que todo el mundo sabe, por lo que nadie se llama a engaño.


Fortunata, el amor sin barreras

Fortunata Izquierdo es el pueblo llano, el pueblo pobre, ignorante, sano y basto, lleno de vida y de pasiones verdaderas, al que acude el cómodo y parásito Juanito Santa Cruz para tomar de él todo aquello de lo que carece su propio mundo, rico y avasallador. Juanito conoce a Fortunata y mantiene una relación sentimental estable que se rompe cuando el niño de papá se casa con su prima Jacinta. No obstante, meses después vuelve a buscar la pasión de Fortunata, que ella le entrega de buena gana.

Fortunata representa a la española urbana y de clase baja que tiene que ingeniárselas para poder salir adelante. Es una mujer pobre y analfabeta, pero con grandes cualidades. El valor, el afecto y la sinceridad son virtudes que en ella se dan de forma espontánea. Su comportamiento, no obstante, podría ser calificado de no convencional, ya que se deja llevar por las pasiones, pero no exclusivamente. Disfruta exhibiéndose en compañía de su amante, al que reconoce amar con todo su corazón, pero al mismo tiempo acepta casarse con el enfermizo Maximiliano Rubín con el ánimo de llegar a ser considerada «una buena esposa». Fortunata no cree ser inmoral, puesto que respeta a su marido al no engañarle con falsas declaraciones de amor, que sí reserva para su amante. Ella defiende los impulsos del corazón y rechaza lo que socialmente está bien visto. Y, al igual que su rival Jacinta Arnaiz, se valora a sí misma en función de su capacidad para tener descendencia.

Ya hemos hablado de la importancia que tenía la maternidad para las mujeres de la época que refleja Benito Pérez Galdós, importancia que llegaba al extremo de otorgarle auténtica identidad social a las mujeres. Fortunata va un poco más lejos: ella considera que sin hijos no hay matrimonio, y puesto que ha sido capaz de darle un hijo a Juanito Santa Cruz, ella debe ser considerada la verdadera esposa. Así pues, desde su punto de vista, la unión legal entre Juanito y Jacinta es un fracaso.

La falta de represión que caracteriza a Fortunata le impide representar el papel de mujer decente y correcta propio de Jacinta. En el interior de Fortunata luchan sentimientos encontrados: por un lado, reconoce que Jacinta es mejor que ella; pero por otro, siente la injusticia de su situación, ya que ella había conocido antes a Juanito Santa Cruz pero su condición social le había impedido casarse con el hombre que amaba. Su complejo de inferioridad es tan grande que solo consigue exorcizarlo cuando se repite una y otra vez que ella puede ser madre y Jacinta no.

Finalmente, Fortunata consigue sentirse orgullosa de sí misma al renunciar a su hijo y entregárselo a Jacinta. Después de enterarse, nada más dar a luz, de que Juanito Santa Cruz ya tiene a otra mujer con la que entretenerse, va en busca de la nueva amante y la emprende a puñetazos y patadas con ella a modo de venganza. La pelea le hace perder mucha sangre y su vida se extingue poco a poco. Pero la cercanía de la muerte le hace ver las cosas de otra manera; su rencor hacia Jacinta desaparece y le entrega el hijo del que ella ya no puede ocuparse. Es su manera de reconciliarse con Jacinta y consigo misma.




La gran novela de Galdós finaliza con el entierro de Fortunata y la reclusión en el manicomio de su marido, Maximiliano Rubín. Aquí también acaban las historias de todos los demás personajes de la novela, personajes que podrían haber dado lugar a otro proceso narrativo de la misma extensión y riqueza. Todos existen porque, de algún modo, son reales, cotidianos, personas que podríamos conocer del día a día.

Juan Santa Cruz, marido de Jacinta y amante de Fortunata. Hijo único de un matrimonio de ricos comerciantes de paños, consentido, caprichoso, irresponsable, egocéntrico e incapacitado para el amor. Infiel y desleal con sus mujeres porque constantemente huye de sí mismo.

El loco e insigne «barón» don José Ido del Sagrario, aspirante a escritor, madrileño y pobre. Personaje que conoció Galdós en la vida real y del que se dice que fue la inspiración de don Benito para escribir su relato.

Doña Guillermina Pacheco, la santa, virgen y fundadora, como la describe su autor. Auténtica rata eclesiástica que siempre va en busca de personas necesitadas de su caridad. Intermediaria interesada entre los dos mundos irreconciliables de Fortunata y Jacinta.

Doña Lupe, la de los pavos, la tía política de Fortunata. Burguesa con más aspiraciones que posibilidades, astuta y de buen corazón en el fondo. Avara y prestamista y con una personalidad que oscila entre la bondad y la mezquindad, que le da un toque muy atractivo a este personaje.

Maximiliano Rubín, el enfermizo e inútil marido de Fortunata. Débil, incapaz, dependiente de los cuidados ajenos hasta el hartazgo, auténtico mártir de la historia.

Mauricia la Dura, la única amiga de Fortunata. Personaje marginal, agresiva y tierna a la vez. Víctima indefensa de las tremendas desigualdades sociales que ella nunca quiso aceptar.

Y don Evaristo Feijoo, curioso personaje que aparece y desaparece discretamente de la novela. Es casi unánime la opinión de que Benito Pérez Galdós se representó a sí mismo en este personaje. Irónico, solterón, viajero, librepensador, anticlerical y aficionado a la mujer. Su paso por la novela sirve como pretexto para poner de manifiesto algunas de las ideas del autor acerca de la vida, la política, la sociedad y el amor.


Se creerán estos tontos que me engañan. Esto es Leganés. Lo acepto. Lo acepto y me callo en prueba de la sumisión absoluta de mi voluntad a lo que el mundo quiera hacer de mi persona. No encerrarán entre murallas mi pensamiento; resido en las estrellas. Pongan al llamado Maximiliano Rubín en un palacio o en un muladar, lo mismo da.

Madrid, junio de 1887


Así finalizó Galdós su enorme relato. La locura del débil Maximiliano Rubín pone punto y final a un mundo depredador para quien se permite el error de dudar y de amar sin límites racionales. Así termina la historia de Fortunata y Jacinta, dos mujeres que jamás existieron y nunca habrían podido encontrarse, ya que el abismo que las separaba era demasiado grande. Pero quizás, y solo quizás, el hijo que Fortunata le entregó a Jacinta podría haber sido la piedra de toque que marcara el inicio del fin de las desigualdades sociales que constantemente se han denunciado a lo largo de la novela. Nunca podremos saberlo.

4 comentarios:

  1. Magnífico análisis de una de mis novelas favoritas, la cual, pese a su notable extensión, de las mayores de la historia de la literatura europea, a mí, personalmente, me dejó con ganas de seguir más y más cuando terminé de leer la última página. Cómo olvidarse de esos diálogos marca de la casa de Galdós y de esos inolvidables y complejos personajes, también característicos del insigne escritor (me encantó don Evaristo, por cierto).

    Una novela como pocas, hermosa, amarga, maravillosa y triste. Me ha gustado mucho tu entrada!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias ^^*! Ya iba siendo hora de le rindiera un pequeño y humilde homenaje a Galdós, sobre todo si tenemos en cuenta que "Fortunata y Jacinta" es una de mis novelas favoritas del XIX, si no la mejor de cuantas he leído. Y me encanta que hagas mención a los famosos diálogos, porque considero que Galdós poseía una maestría especial al desarrollar los diálogos (ni qué decir del humor que le caracterizaba y con el que dotaba a muchos de sus personajes). Y aunque hay gente a la que le da por compararla con "La Regenta" (no sé por qué, si son radicalmente distintas), a mí siempre me ha parecido superior "Fortunata y Jacinta", quizá por el esmero con que Galdós describió el escenario madrileño, el paso del tiempo y la madurez de los personajes.

      En cuanto a mi personaje favorito, creo que me quedaría con doña Guillermina Pacheco. Me encanta esa rata eclesiástica, no lo puedo evitar! ^^*

      Gracias por pasarte a leer y comentar! Un beso!

      Eliminar
  2. También es una de mis novelas favoritas y WOW!! menudo análisis!
    muchas gracias por compartirlo con nosotros, me pasaré por aquí más a menudo.
    Besos!
    entrelibrosm.blogspot.com

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues estoy encantada de que te haya gustado! ^^* Será un placer recibirte por aquí! Un saludo!

      Eliminar