domingo, 1 de febrero de 2015

La Princesa del mes: Cenicienta


¡Hola a todos!

Aquí estoy para daros la bienvenida a febrero. Este va a ser un mes movidito, porque voy a enfrentarme a los primeros exámenes de la UNED (sólo a dos, pero me bastan por el momento) y no sé si estoy preparada porque no he podido estudiar casi nada. En fin, ya veremos... ¡Deseadme suerte, porque la voy a necesitar!

Lo bueno es que, después de los exámenes, llega el Carnaval. ¡Y este año voy a llevar un disfraz bastante atípico para mí! ¿De qué? Ya os lo diré en su momento, jejeje!

Mientras tanto, para abrir boca, os voy a dejar a la princesa Disney del mes con sus datos y su historia, que seguro que todos conocéis.


Cenicienta




Nombre: Cenicienta
Rango: Princesa por matrimonio
País: Francia
Edad: 19 años
Familia:
-          Padre (fallecido)
-          Madre (fallecida)
-          Lady Tremaine (madrastra)
-          Drizella (hermanastra)
-          Anastasia (hermanastra)

Amigos:
-          Hada Madrina
-          Los ratones y otros animales de la casa

Esposo: Príncipe Enrique
Canción: Soñar es desear



Cenicienta era la única hija de un hombre adinerado que, después de haber perdido a su esposa, contrajo matrimonio con una viuda que tenía dos hijas llamadas Drizella y Anastasia. Al principio, la familia convivió en paz. Pero cuando el padre de Cenicienta murió, la madrastra se hizo con el control de la casa y se convirtió en la dueña y señora de la mansión, reduciendo a su hijastra a la condición de sirvienta. De hecho, fue la madrastra quien le puso a la niña el mote de Cenicienta, ya que el rostro de la niña estaba perpetuamente manchado de cenizas a consecuencia de su arduo trabajo en las cocinas de la casa.

Con el tiempo, Cenicienta se acostumbró a ese modo de vida. Todos los días se levantaba al alba para preparar los desayunos de su madrastra y sus hermanastras, limpiar el polvo, fregar los suelos, cuidar de los animales y poner orden en todas las habitaciones de la casa. Aunque se sentía menospreciada por sus parientes, al menos tenía el consuelo de gozar de la amistad de los ratoncitos y otros animales de la casa. Sin embargo, Cenicienta solía soñar con que algún día su destino cambiaría para siempre.

La respuesta a sus plegarias vino gracias al deseo de un hombre. El rey de aquel país, deseoso de que su hijo formara una familia y que le diera nietos, decidió organizar en su honor un baile al que invitaría a todas las jóvenes casaderas del reino con la esperanza de que el príncipe Enrique se decidiera por una de ellas para hacerla su esposa. Por eso, ordenó que se llevara una invitación a todas las casas del reino, insistiendo en que todas las jóvenes solteras de la casa debían acudir al baile.

Un mensajero llevó el sobre con la invitación a casa de Lady Tremaine, causando una gran expectación. Sus hijas Drizella y Anastasia se entusiasmaron ante la idea de convertirse en princesas y empezaron a hablar sobre qué vestidos y adornos podrían llevar para causar una gran impresión al príncipe Enrique. Cenicienta escuchó por casualidad la noticia de que habría un baile en el palacio real y pidió permiso para que se la dejara ir también. Después de todo, ella también formaba parte de la familia. Ante el disgusto de sus hermanastras, Lady Tremaine le dijo que podría ir al baile. Cuando Cenicienta se marchó, reveló a sus hijas sus verdaderos planes: mantener a Cenicienta tan ocupada con sus tareas domésticas que le fuera imposible hacerse un vestido con el que poder ir al baile.

Cenicienta nada sospechaba de esto. Encontró un antiguo vestido entre las pertenencias de su difunta madre que podía arreglar para el baile. Pero sus hermanastras, siguiendo el plan de su madre, empezaron a importunar a Cenicienta con mil y una tareas con el objeto de mantenerla ocupada y agotarla lo máximo posible. Cenicienta hizo todo lo que se le mandó, pero se dio cuenta de que no tenía tiempo de arreglar el vestido que quería llevar para el baile. Sus amigos los ratones se encargaron de reformar el vestido, utilizando para ello retales y abalorios que Drizella y Anastasia habían desechado. Feliz, Cenicienta se puso su vestido nuevo y bajó a reunirse con sus parientes. Sin embargo, sus hermanastras reconocieron los adornos que lucía y se abalanzaron sobre ella, arrancándole jirones de ropa y destrozando su vestido hasta quedar convertido en un montón de harapos. Luego, se marcharon al baile y dejaron a Cenicienta en casa, completamente desconsolada.

Pero he aquí que sucedió un milagro. Un hada madrina se presentó ante Cenicienta y le prometió su ayuda. Utilizando una varita mágica, convirtió una calabaza en una preciosa carroza; los ratones se convirtieron en cuatro hermosos caballos blancos; el caballo de la casa fue transformado en cochero y el perro fue el paje. Como último regalo, el hada madrina le proporcionó a Cenicienta el vestido más hermoso que pudiera imaginar, adornado con brillantes que lucían como estrellas. Además, en los pies luciría unos preciosos zapatos de cristal, que le quedarían como recuerdo de aquella noche. Y es que el hechizo del hada madrina tenía un tiempo limitado. Cenicienta sólo tendría hasta la medianoche para ir al baile y gozar de una noche mágica.

En palacio, el baile había dado comienzo. El príncipe Enrique saludaba a todas las damas del reino con cortesía, pero ninguna había llamado su interés. Pero entonces apareció Cenicienta, y el príncipe se apresuró a acercarse a ella para conocerla e invitarla a bailar. Nadie conocía a aquella misteriosa joven que había acaparado la atención del príncipe, pero a Lady Tremaine su rostro le resultaba familiar. Mientras tanto, el baile continuó, y el príncipe pidió a Cenicienta que le acompañara a dar un paseo por los jardines. Allí hablaron durante un rato, hasta que Cenicienta vio que estaban a punto de dar las doce de la noche. Sabiendo que el hechizo se rompería muy pronto, y como le avergonzaba que el príncipe la viera convertida en una pobre sirvienta, Cenicienta huyó. En su carrera, perdió uno de sus valiosos zapatitos de cristal, que quedó en posesión del príncipe.

Al día siguiente, se formó un gran revuelo en todo el reino. El príncipe Enrique quería tomar por esposa a la mujer con la que había bailado la noche anterior, pero ni siquiera sabía su nombre. Lo único que poseía era el zapatito que la joven había perdido al huir. Por eso, mandó dictar un bando por el cual sus emisarios visitarían todas las casas del reino y probarían el zapato de cristal a todas las jóvenes que habían asistido al baile. Aquella a quien le cupiera el zapato a la perfección, sería la elegida.

Pero Lady Tremaine descubrió que Cenicienta era la muchacha a la que el príncipe buscaba sin cesar. Sabiendo que si se probaba el zapato la casarían con él, la encerró en una habitación. Recibió a los emisarios del príncipe y les presentó a sus hijas, a las que conminó a probarse el zapatito de cristal. Pero sus pies eran demasiado grandes para aquel zapato tan pequeño, y nadie creyó que ninguna de ellas fuese la joven que había pasado aquella velada con el príncipe.

Sin embargo, Cenicienta consiguió salir de la habitación gracias a sus amigos animales y llamó a gritos a los emisarios para pedir que le dejaran probar el zapatito de cristal. Cuando el emisario se acercó a ella, Lady Tremaine le hizo tropezar con su bastón y el zapatito cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. El emisario se lamentó profundamente, pero Cenicienta le dijo que no había de qué preocuparse, puesto que ella tenía el otro zapato. Cuando el emisario se lo puso en el pie, encajó perfectamente.

Y así fue como Cenicienta fue llevada a palacio, donde contrajo matrimonio con el príncipe con quien tanto había soñado.

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