martes, 20 de enero de 2015

50 Cosas sobre mí


¡Hola a todos!

¡Bienvenidos a "50 Cosas sobre mí"!

Una de las cosas que se lleva mucho ahora es hacer una lista de cincuenta cosas sobre uno mismo, que pueden ser defectos, virtudes o curiosidades varias, y ponerlo en blogs o videoblogs. Así, a palo seco. Lo malo que tienen ese tipo de listas es que te puedes encontrar con datos tan "interesantes" como la talla de pies de una persona, entre otras curiosidades que el buen gusto impide mencionar.

Aunque no me gusta mucho hablar de asuntos personales en este blog (más que nada porque está pensado para ser un espacio de lectura y entretenimiento), considero que es bueno compartir algo de mí con todo le que me lea, para que se me conozca un poquito mejor. Así que aquí me tenéis, dispuesta a contaros cincuenta cosas que todo el que me conoce debe saber sobre mí. Espero que os guste y a ver si os animáis y lo ponéis en vuestros blogs o donde queráis. ¡Engancha!

¡Allá vamos! ^^*


  1. Me llamo Laura, pero ése no fue el primer nombre que mis padres pensaron para mí. Entre otros, se barajaron los nombres de Lidia y Rebeca.

  1. Si hubiera nacido chico, mi padre me habría puesto de nombre Crispín. Sin comentarios…

  1. Soy hija única. No tengo hermanos y nunca he deseado tenerlos. Y, por si os lo estáis preguntando, eso de que los hijos únicos son los más consentidos es una mentira cochina. Yo soy la prueba de ello.

  1. Me gustan mucho los animales, sobre todo los gatos. Soy una apasionada de esos adorables mininos. Tanto es así que por mi vida han pasado cuatro gatos: Butragueño, Keesa, Bolita y Gatiño. Y eso sin contar a los gatos callejeros o de otras personas de quienes me he hecho amiga: Pica, Rasca, Shashá, Bosco, Gordito Rubicundo, Pequerrecho, Puchiño…

  1. Me encanta comer todo tipo de carnes, pero confieso que me da algo de repelús cuando se trata de la carne de una cría de animal. Es decir, que prefiero evitar comer cordero o cochinillo, y comer carne de animales adultos.

  1. No soporto el pimiento. Lo odio, me da asco y ganas de vomitar. Puede que sea por el olor, o algo así, pero el caso es que me repugna. Y distingo su sabor a kilómetros. Aunque vaya disfrazado en la comida, siempre lo encuentro.

  1. Soy heavy. Aunque por mi aspecto exterior no se adivine (es decir, que no suelo vestir con ese estilo), soy heavy de corazón. Y me di cuenta de manera espontánea, cuando cierto día llegaron a mis oídos diversas canciones que combinaban magistralmente la velocidad de la guitarra eléctrica y la fuerza de la batería, haciendo que en mi corazón se resquebrajara algo y de repente surgiera en mí un deseo imperioso de seguir escuchando esa música que me había descubierto un mundo nuevo. Fuck yeah!

  1. Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, yo respondía dos cosas: Actriz o bailarina.

  1. El primer anime que vi entero fue La Familia Crece, de Wataru Yoshizumi, y fue el gran culpable de mi frikismo posterior.

  1. Me leí la trilogía de El Señor de los Anillos en las navidades del 2001, justo antes de que estrenaran la primera parte. Así que llevaba el argumento fresquito cuando fui al cine.

  1. Me encanta disfrazarme, tanto en carnavales como en Halloween o fiestas temáticas. De todos mis disfraces, me quedo con tres: Legolas, Julieta y Lyanna Stark.

  1. Hubo un tiempo en el que fui fan de David Bisbal.

  1. Mi primer peluche fue un perrito de aguas de color azul claro que se llamaba Tato.

  1. Cuando estudiaba bachillerato, mis asignaturas pendientes eran Filosofía e Historia.

  1. Tengo una habilidad increíble para salir en todas las fotos con los ojos cerrados o muy abiertos. No tengo término medio.

  1. Entre todas las criaturas mitológicas, mi favorita es el Ave Fénix.

  1. Estoy pensando seriamente en hacerme un tatuaje friki. Tengo dudas entre tres opciones: Una pluma negra, el símbolo de la Trifuerza o la palabra “Prométemelo”.

  1. De niña iba a todas partes con un libro o un cómic de Zipi y Zape.

  1. Hace años fui a kárate. Llegué a ser cinturón naranja, segundo dan.

  1. Uno de los personajes históricos que más me fascina es Lucrecia Borgia. He leído muchos libros sobre ella, tanto novelas como manuales, y me encanta.

  1. Me da mucha vergüenza que me graben mientras hablo porque no me gusta el sonido de mi voz.

  1. Aunque tengo carné de coche, no me atrevo a conducir. Me pongo muy nerviosa. Y tampoco ayuda el que el copiloto se ponga histérico y haga aspavientos como un Sim enloquecido.

  1. Sufrí acoso escolar y burlas en mi adolescencia. Se reían de mi ropa de color rosa, y por eso dejé de llevarla. Sólo ahora me atrevo a volver a vestirme de ese color.

  1. Soy completamente abstemia. No me gusta el sabor de las bebidas alcohólicas y jamás he probado el tabaco o las drogas.

  1. Me encanta quedarme en casa. Si pudiera elegir, preferiría estar siempre dentro de casa viendo una película o cualquier otra cosa antes que salir por ahí.

  1. Me dieron mi primer beso a los 19 años.

  1. Cuando vivía en Santiago de Compostela, me encantaba pasear por la calle durante las tardes lluviosas. Cosa fácil, porque en Santiago llueve mucho y con persistencia.

  1. Mi princesa favorita de todos los tiempos es la Princesa Zelda de Hyrule.

  1. Soy miope, asmática y alérgica al polvo y a la humedad.

  1. Al contrario que otros niños, nunca he tenido miedo a la oscuridad. De hecho, a veces me levantaba por las noches para ir al cuarto de baño y caminaba por la casa a oscuras sin ningún problema. Una vez hasta le di un susto de muerte a mi padre ^^*.

  1. Toqué la guitarra durante cuatro años.

  1. No me gustan las modas en cuestión de ropa pero, si pudiera elegir dos estilos, me quedaría con el gótico y con el lady.

  1. No he leído nunca Los Pilares de la Tierra. Y no porque sea un libro gordo o porque no me llame la atención, sino porque se hizo taaaan popular que ya se me han quitado las ganas de leerlo.

  1. Creo en el amor a primera vista.

  1. No me gusta nada discutir, ni siquiera en debates. Y peor todavía si sé que tengo razón pero la otra persona es cazurra hasta decir basta. De verdad, esas cosas me agotan.

  1. Me encantan las muñecas de porcelana. Tengo tres grandes y una colección compuesta por quince muñecas más pequeñas, todas ellas caracterizadas como personajes de novelas decimonónicas.

  1. Mi amor platónico de la adolescencia tenía que tener tres virtudes: ser sincero, valiente e impávido.

  1. Me gustan mucho los espectáculos de magia e ilusionismo. Mi mago favorito es Cosentino.

  1. Nunca he tenido deseos de ser madre. No tengo paciencia con los niños y creo que soy muy mandona.

  1. Soy capaz de comerme un limón sin hacer ni un solo gesto de repulsa.

  1. Prefiero las comidas dulces, como tartas, bizcochos y pasteles con todo tipo de cremas. Pero eso no quiere decir que no aprecie lo picante. Entre los últimos sabores que he descubierto que me encantan está el guacamole.

  1. No me gusta nada la gente celosa y posesiva, tanto hombres como mujeres. Se me han presentado casos de estar en medio del camino de una persona celosa y os aseguro que es insoportable tener que pelear continuamente para hacerte valer.

  1. Por lo general soy muy tranquila y es muy difícil enfadarme. Pero cuando me cabreo, me ciego y soy capaz de decir y hacer cualquier barbaridad, incluso cosas de las que después me arrepentiré.

  1. Se me dan muy bien las imitaciones.

  1. Me gusta apuntar mis sueños nocturnos en una libreta.

  1. No tengo la mejor voz del mundo, pero soy muy buena cantando al estilo de Lana del Rey y Tino Casal.

  1. No sé ligar. Es vergonzoso, lo sé, pero tengo que rendirme ante la evidencia. No tengo ni idea de cómo se liga con un chico porque no sé de qué hablar con él y me quedo cortada. Por muchos consejos que me den, me atasco y no sé qué hacer. Incluso ha habido ocasiones en las que mis amigas me han dicho “Tía, ese chico estaba ligando contigo”, y yo decía “Ah…”.

  1. Una de las manías que no consigo quitarme es la de morderme las uñas, aunque ahora lo hago menos que antes. Irónicamente, una de mis pasiones es el nail art, es decir, hacerme dibujitos con pintauñas de colores.

  1. Soy de esas personas que tiene la manía de pintarrajearse las manos con un bolígrafo. Lo he hecho toda la vida y es algo que no voy a perder.

  1. Para mí, una tarde de sábado perfecta implica visitar una librería y merendar chocolate.

¡Y hasta aquí hemos llegado! ¿Qué os ha parecido esta pequeña selección de cosas sobre mí? ¿Coincidimos en alguna? Espero vuestros comentarios, ^^*


martes, 13 de enero de 2015

Robin Hood, el rebelde del bosque


Cuenta la leyenda que, oculta en lo más espeso del bosque, existió una república independiente de hombres buenos y justos, que habían sufrido persecuciones y arbitrariedades por el hecho de ser humildes, pobres y oprimidos, y que esperaban el momento en el que cambiara su suerte. Mientras tanto, se dedicaban a arrebatar las riquezas conseguidas por los poderosos de forma injusta y repartirlas entre los que más las necesitaban. Es el mito del buen ladrón. Es la historia de Robin Hood.





El nacimiento de un héroe

La exaltación épica de un forajido, de un rebelde, es fenómeno común en la tradición popular de todos los países: Fra Diávolo en Italia, Diego Corrientes en España, Mandrin en Francia y Jesse James en Estados Unidos son los ejemplos que se recuerdan al instante, pero la lista podría alargarse mucho. La figura histórica en que se basa la leyenda dista a menudo de ser recomendable. Fra Diávolo era un delincuente despreciable, Jesse James un bandido sanguinario, Mandrin un vulgar salteador de caminos, etc.

Sin embargo, a quien estudia la mentalidad popular poco le importa la realidad histórica de los individuos que se han hecho legendarios: lo que interesa es averiguar por qué el pueblo los eligió para transfigurarlos y convertirlos en héroes. En todo cambio mítico del fuera de la ley se encuentra un elemento constante: el bandido (de “bandir” o “publicar bando contra un reo ausente, con pena de muerte en su rebeldía”), aunque se vea obligado a robar para sobrevivir, jamás se considera hombre que perjudica a su prójimo, sino siempre y únicamente hombre, sobre todo del pueblo, en guerra contra la “ley” y la “autoridad”, que se tienen por extrañas a la comunidad popular.

Partiendo de esta noción no resulta difícil remontarse al origen. Objeto de leyes injustas, o que se creían tales porque nadie explicaba sus motivos, y sometido a príncipes crueles, el pueblo, en cualquier conflicto de un ciudadano con el cuerpo legal, pensaba de modo instintivo que la razón asistía al primero. No en balde en todas las leyendas de forajidos heroicos se dice que el protagonista se convirtió en bandido, no por iniciativa propia, sino por haber sido víctima de una injusticia que la ley no quiso reparar.

El más famoso de estos héroes populares es, sin duda, Robin Hood. Según la tradición, vivía en el verde bosque de Sherwood (Inglaterra), libre e inapresable, con un grupo de compañeros sumamente valerosos y leales: Little John, Friar Tuck, Much, Will Scarlet, etc. De carácter alegre, franco y aventurero, dotado de astucia diabólica y burlona, y de una destreza increíble en el manejo del arco, era un auténtico azote para sus enemigos. Y sus adversarios eran los del pueblo: nobles feudales, obispos odiosos y funcionarios crueles y fuertes.

“Quitaba a los ricos para dar a los pobres”, dice de él una balada, y los desheredados estaban de su parte, lo ayudaban, protegían, ocultaban y, sobre todo, admiraban y amaban, porque, como dicen los versos de otra canción:

Quiso darles todo
Para socorrerlos en su penuria desmedida;
Y por ello el pueblo entero rezaba por él
Y deseaba que no llegase nunca el día de su captura.

Al igual que otros mitos, la leyenda de Robin Hood ha ido forjándose a lo largo del tiempo hasta tal punto que nos resulta del todo imposible distinguir qué partes son verdad y qué partes son ficticias. La leyenda ha pasado por tantas generaciones que se ha distorsionado con lo que algunos han añadido para embellecerla y lo que otros han suprimido por cuestiones políticas o sociales. Pero retrocedamos en el tiempo y vayamos al lugar donde todo empezó.


En el principio

La historia se remonta a los tiempos del rey Ricardo I (1157-1199). Le llamaron Corazón de León por su coraje y arrojo; el tiempo y la tradición le convirtieron en el paradigma del rey caballero andante, de la cortesía, de la nobleza y de la reconciliación de un pueblo. Pero lo cierto es que Ricardo I de Inglaterra fue un monarca contradictorio, intrépido, a veces cruel, otras soberbio, siempre valiente, dominado por sus pasiones y permanentemente en guerra.

Dos años antes de que llegara al trono, en 1187, el rey Saladino había tomado Jerusalén. Este hecho causó una honda conmoción en toda la cristiandad, y el papa Gregorio VIII llamó a una nueva cruzada. Ricardo impuso tributos para armar un ejército y en 1189, al poco de tomar posesión de la corona, dejó el país para emprender el camino de la guerra santa. La presencia de otros grandes monarcas hizo que esta cruzada fuese una de las más grandes que habían tenido lugar desde 1095, pero el resultado de todo este esfuerzo fue pobre. De regreso a Inglaterra en 1192, Ricardo fue capturado cerca de Viena y el duque Leopoldo pidió por él un rescate de 150.000 marcos.

En aquellos momentos, Inglaterra no estaba en paz. El hermano menor de Ricardo, Juan, más conocido por el infamante apodo de Juan Sin Tierra, conspiró con el rey Felipe Augusto de Francia para arrebatarle el trono a su hermano. La conspiración salió bien durante un tiempo, hasta que Ricardo fue liberado, regresó a Inglaterra y puso a su hermano en su sitio, aunque le perdonó por lo que había hecho. La historia siempre ha considerado a Juan Sin Tierra como uno de los peores gobernantes de Inglaterra. Aunque no fue el rey cruel y despreciable que pinta la leyenda negra, sí es cierto que fue muy excesivo en la recaudación de impuestos, lo que le valió pocas simpatías entre el pueblo.



Sello de Juan sin Tierra


Entre las normas y leyes que hizo cumplir a rajatabla, se encontraba una ley que era tan impopular como injusta para el pueblo llano: la Ley Forestal. Los privilegios de caza y la reserva de un espacio de tierra o pasto para uso de un coto de caza señorial fueron habituales en la Europa feudal, pero fue en la Inglaterra normanda donde se produjo el desarrollo de una legislación forestal más acabada. Las leyes inglesas posteriores a la conquista normanda (1066) condenaban a la ceguera o a la muerte a quien se atrevía a matar ciervos, cuya caza se reservaba al rey. Pero el soberano cazaba por diversión, y los pobres lo hacían por comer. Por consiguiente, cazar ciervos en los cotos reales era para el pueblo una forma de rebelión contra los privilegios y leyes injustas que lo oprimían. En la conciencia popular eso no era bandidaje, sino un acto de justicia.

El bosque, hasta el siglo XI, dominaba completamente el paisaje europeo (sobre todo en Europa septentrional, Inglaterra y el nordeste de la Galia), de forma que el Occidente medieval es un enorme manto de bosques sembrado de calveros cultivados más o menos fértiles. El bosque desempeñaba también un papel fundamental en la economía: caza, recolección, pastos y, sobre todo, madera. Pero el bosque también es frontera y refugio: los bosques servían de límites entre diócesis, principados y reinos, y acogían a los fugitivos, a los vencidos o a los fuera de la ley.

Será en este contexto donde se encuadre la leyenda de Robin Hood. El hombre que vio la injusticia de esta normativa y desafió a la autoridad más elevada por defender unos ideales que consideraba más equitativos para el pueblo, motivo por el cual fue proscrito y tuvo que ocultarse en el bosque de Sherwood.


“Y le llamaban Robin Hood”

Sobre el nacimiento del mito de Robin Hood no caben más que conjeturas, pues parecen carecer de base los estudios de eruditos de los siglos XVII y XVIII destinados a probar la existencia histórica de Robin Hood, de quien un tal William Stukeley llegó a establecer un árbol genealógico.

Se le cita como un personaje histórico en la Original Chronicle of Scotland de Andrew de Wyntoun. Pero es William Langland el que está considerado como el padre del héroe, al que menciona en el poema épico Piers Plowman, obra escrita en 1337.

Entre los siglos XIV y XV empiezan a proliferar los textos acerca de Robin Hood, probablemente debido a la enorme fama que alcanzó el personaje. Las más conocidas son “Robin Hood y el monje”, el poema “Una aventura de Robin Hood” y “Robin Hood y el alfarero”. En estos relatos, Robin es un hombre libre que vive como un proscrito, pero no es un rebelde contra el orden social porque respeta todos los derechos del rey (salvo la propiedad de los venados) y porque sus acciones cuestionan el abuso de la autoridad, no sus fundamentos.

Hay una importante referencia a su existencia en la Historia Majoris Britanniae, escrita por el erudito escocés John Major en 1521. Es en esta obra cuando se le ubica en los tiempos de Ricardo Corazón de León y se configura la épica del sajón enfrentado a los opositores normandos. En su novela Ivanhoe (1819), sir Walter Scott identifica a Robin Hood con un sajón llamado Locksley que, junto con sus aliados, ayuda al rey Ricardo a recuperar su trono.




Aunque cada vez hay menos partidarios de la teoría de que Robin Hood fue un hombre de carne y hueso, todavía quedan remanentes que sostienen lo contrario. De ese modo, nos encontramos con varios candidatos y teorías. Una de ellas sitúa a Robin en el primer tercio del siglo XII y lo identifica como un noble. Tal deducción se fundamenta en dos datos: es cantado en baladas, y en sus versos se hablaba de personas de esta clase social, pues eran los destinatarios de ellas y no el común de los ingleses; y el otro que las armas en que era ducho eran la espada y el arco, también privativos de la alta cuna. Por lo tanto, no estaríamos hablando de un bandido social al que proscribieron por sublevarse contra las injusticias que sufría el pueblo, sino de un hidalgo que quedó al margen de la ley por ser del bando contrario al régimen político imperante.

Otra tesis sitúa a Robin Hood lejos del rey Ricardo Corazón de León y el príncipe Juan sin Tierra, concretamente cien años más tarde, durante el reinado de Eduardo II (1307-1327). En estos tiempos se produjo una rebelión contra la Corona y sus colaboradores, encabezada por el conde de Lancaster, que fue finalmente derrotado. Como consecuencia de su oposición, el rey le confiscó todas sus propiedades y Robin Hood, que había combatido con él, debió refugiarse en el bosque para sobrevivir.

Lo cierto es que debemos ver a Robin Hood como un héroe de balada. En sus primeras apariciones literarias es un personaje burlesco que se entretiene haciendo que otros se peleen entre sí para divertirse. Luego evoluciona y se convierte en un héroe que lucha por la libertad, un noble que se enfrenta al poder por recuperar su lugar. La búsqueda del origen del mito y su rastro en poemas y canciones ha sido el principal objetivo de estudiosos del tema, que han encontrado varias pistas. Así, hay menciones a un tal William Robehood en el siglo XIII, aunque las obras más antiguas que le mencionan se remontan al primer tercio del siglo XIV.

Al principio, Robin Hood fue un embaucador, un rufián que se divertía metiendo cizaña y provocando que otros se pelearan; pero acabó siendo un héroe de capa y espada que luchaba por la justicia. Hay, por tanto, un primer Robin y un segundo Robin: el primero es un tipo que se dedica a beber, pelear y robar a los obispos y señores feudales, ignorando a los pobres, y el segundo es un patriota altruista defensor de los oprimidos. Robin Hood es un héroe del pueblo (Arturo es un héroe de la nobleza): la imagen que acabó formándose de él fue la de un rebelde que robaba a los ricos para repartir sus riquezas entre los pobres.

Poco a poco, la historia cobró nuevos matices que la enriquecieron enormemente. Hacia mediados del siglo XVI se empezó a dar forma a los famosos Merry Men y a embellecer aún más la figura del héroe. Más adelante, a estos alegres forajidos se les había unido un fraile, Robin mantenía un hermoso romance con la bella Lady Marian, y el personaje hasta adquiere tintes nobiliarios.

A partir del siglo XVI, con la llegada de la imprenta, la historia de Robin Hood se vuelve más refinada y nos resulta mucho más familiar. A lo largo de los siguientes siglos, el personaje tomará más rasgos y más anécdotas a medida que cada generación haga sus aportaciones. El Robin Hood del siglo XVIII se mete en situaciones absurdas, como disfrazarse de monje para sacarles el dinero a dos frailes, antes de ser capturado y de avisar a sus amigos para que lo rescaten.

Sin embargo, lo verdaderamente importante de Robin Hood no es saber quién fue, si es que realmente existió alguien con ese nombre, sino la fascinación que despierta su figura en todos los lugares y en todos los tiempos. Nadie sabe quién fue Robin Hood y su pista se pierde entre las brumas de la tradición oral y de la leyenda. Pero acaso importe poco cómo vivió y quién fue Robin Hood, porque lo que trasciende es el mito. En el fondo, tanto él como sus congéneres responden a una exigencia instintiva del espíritu humano, de la que son una encarnación entre ética y simbólica: la necesidad de que la verdad y la justicia triunfen incluso en contra de las convenciones aceptadas y los principios de autoridad establecidos.


Mitos ocultos en el bosque de Sherwood

Héroe, arquero, amante, cazador furtivo, ladrón, vagabundo… Robin Hood es un personaje que ha ganado en matices a lo largo del tiempo. Y uno de los aspectos más destacables, sin los cuales la leyenda carece de todo sentido, es la invención de un marco y unos personajes de gran carisma que rodeen al héroe y le ayuden en sus aventuras, y que, al igual que Robin, se han ganado un lugar de honor dentro del mito.


Lady Marian




Lady Marian no fue un personaje histórico embellecido, sino que se trata de una invención. Apareció, como alma gemela y compañera de Robin Hood, en el siglo XVI, y probablemente fuera resultado de un personaje del siglo anterior: la Dama de las festividades de mayo.

Se trataba de unas fiestas populares que tuvieron un gran auge en la Edad Media, pero se necesitaron varias generaciones de bardos para que Robin y Marian se enamorasen. No es extraño, pues, que a algún bardo se le ocurriera forjar un romance entre el atrevido rebelde y la ficticia Dama de las festividades de mayo. Tanto en las obras de teatro como en las películas de Robin Hood, Marian es una noble normanda que ayuda en secreto a Robin y sus amigos. En ocasiones se le inventa un parentesco con el rey Ricardo, y a menudo llama la atención de otros hombres, como Guy de Gisbourne o el sheriff de Nottingham, que la reclaman como esposa.


Los Merry Men




En las primeras baladas que se conocen, Robin Hood aparecía con uno o dos amigos con los que compartía aventuras, pero con el paso del tiempo al héroe se le unieron varios compañeros que fueron conocidos como los Merry Men (“hombres alegres”), y cuyos nombres han pasado a formar parte del imaginario popular.

-          Little John: Lugarteniente de Robin Hood, su función principal era aconsejar a Robin y aleccionar al equipo. Tanto en las antiguas baladas como en las versiones más modernas de la historia, es uno de los primeros miembros de la banda. Es fiel, inteligente y, según se cuenta, muy fuerte. Se supone que fue el único miembro de la banda que estuvo presente en la muerte de Robin Hood.

-          Will Scarlet: Uno de los mejores espadachines de la banda de Robin Hood. En las versiones medievales de la leyenda, Will Scarlet era el miembro más joven de los forajidos, y en ocasiones aparece mencionado con otros nombres, como Scarlock, lo que a veces provoca confusión. De él se dice que era un tanto pagado de sí mismo y que le gustaba vestir de manera refinada.

-          Much: También llamado “el hijo del molinero”. Este escurridizo personaje ha caído en el olvido en las adaptaciones modernas del mito, pero Much, o Midge, como también se le llama, tenía más relevancia en las primeras baladas. Al parecer, fue sorprendido cazando furtivamente en las tierras del rey, pero logró escapar y se unió a la banda de forajidos para luchar a su lado.

-          Fray Tuck: Este monje dado a la bebida es uno de los personajes más entrañables de la banda de Robin Hood. A pesar de pertenecer a una banda de forajidos, representa la cara más amable y mundana de la Iglesia, aquella que está de parte del pueblo tratado injustamente por los poderosos. Se cree que podría estar inspirado en un personaje real, un tal Robert Stafford de Sussex, que vivió en el siglo XV.


El bosque de Sherwood




El famosísimo bosque de Sherwood es la floresta más conocida de todo el mundo gracias a la leyenda de Robin Hood. Antiguamente, el bosque de Sherwood era un coto privado de caza reservado en exclusiva al rey. Robin Hood se atrevió a penetrar el bosque para cazar un venado, lo que le valió convertirse en un proscrito y ser perseguido por la ley.

En la Edad Media, el bosque era un lugar que se prestaba a todo tipo de historias y fantasías debido a su carácter misterioso y oculto. No eran pocos los forajidos que, al igual que Robin Hood, tuvieron que buscar refugio en el bosque para escapar de la justicia, aunque en la época se consideraba un gran riesgo por la cantidad de peligros que se ocultaban entre los árboles. ¿Quién sabía qué clase de criaturas extrañas o espectros aterradores habría allí escondidos, esperando a los incautos que se adentraran en el bosque?


martes, 6 de enero de 2015

La Truñoteca returns: Los Hijos de la Tierra


¡Hola a todos!

Hace unos días, repasando los contenidos de mi ordenador y de mi blog, me di cuenta de que hace mucho, muchísimo tiempo, que no le dedico un post a un truño literario. No me refiero simplemente a una mención esporádica a un libro o dos que no me hayan gustado, sino un post entero, bien completito. Aunque al principio la Truñoteca nació como un apartado para despacharme a gusto con los grandes bodrios que se pueden encontrar en el mundo del manga, confieso que he pecado de entusiasta. No he leído un gran número de mangas, y la gran mayoría de los que leí no merecen formar parte de la Truñoteca. En cambio, sí que he leído muchos libros. Y una cosa que sucede cuando lees mucho es que, tarde o temprano, te encontrarás con un truñaco tan gordo que te darán ganas de gritar, rugir y maldecir a todos los dioses de la existencia por haber permitido que una mierda semejante se cruzara en tu camino.

Ha llegado la hora de que recupere tan sagrada sección en este blog. Y la mejor manera de recuperarlo es, no con un único libro, sino con una saga completa: Los Hijos de la Tierra. Tarde o temprano tenía que llegar la hora, así que no lo pospongo más y paso a hablaros de mi relación de amor con esta saga, que acabó degenerando en odio.

Antes de seguir, advierto que me voy a despachar a gusto. Esto quiere decir que va a haber muchos SPOILERS pululando por doquier, así que no me hago responsable si no habéis leído la saga y os destripo detalles importantes del argumento. También advierto a posibles haters, amantes de las aventuras de Ayla y Jondalar, que si no quieren leer barbaridades sobre sus ídolos, que no sigan leyendo a partir de aquí. De nada.

Toda historia tiene un comienzo, así que vamos al lío.

Seguro que muchos ya conocéis la saga de Los Hijos de la Tierra, escrita por Jean M. Auel pero, por si no os suena de nada, os hago un pequeño resumen. La historia de Los Hijos de la Tierra ocurre en la Europa del Paleolítico, a mediados del último período glacial. La protagonista es una niña cromagnon llamada Ayla que, a la tierna edad de cinco años, pierde a toda su tribu durante un terremoto y es atacada por un león cavernario, que le deja una herida en la pierna. Cuando está a punto de morir, es encontrada por una tribu de neandertales (que se hacen llamar el Clan) que, después de que se derrumbara la caverna donde vivían, viajan en busca de otra morada donde establecerse. A los neandertales no les gusta el aspecto de Ayla: la consideran extraña, ajena a ellos. Saben que es diferente y no desean tener trato con alguien de su especie, pero como no es más que una niña inocente, al final deciden adoptarla para convertirla en una buena mujer del Clan. Los lectores seremos testigos del crecimiento, desarrollo y aprendizaje de Ayla, lo dura que es la vida para ella dentro de una comunidad de seres humanos entre los que siempre será la rara, la diferente, mirada con recelo y hasta con odio por determinados personajes.

La saga se divide en seis libros:

-El Clan del Oso Cavernario (1980)
-El Valle de los Caballos (1982)
-Los Cazadores de Mamuts (1985)
-Las Llanuras del Tránsito (1990)
-Los Refugios de Piedra (2002)
-La Tierra de las Cuevas Pintadas (2011)




Para que os hagáis una idea de lo espantosa que es esta saga, sólo os diré que el primer libro es el único que vale la pena. El Clan del Oso Cavernario es una de las novelas más buenas y mejor escritas que encontraréis jamás, muy bien documentada, con multitud de detalles y perfectamente desarrollada, por lo que se la recomiendo a todo el mundo.

En ECDOC, es imposible no simpatizar con la joven Ayla. La vemos crecer y aprender, somos testigos de su sufrimiento cada vez que recibía golpes por sus errores o era maldecida con el ostracismo por romper algún tabú de su gente... y lo pasamos fatal cuando tuvo a su hijo Durc, fruto de sucesivas violaciones, y estuvo a punto de ser obligada por el Clan a sacrificarlo, creyendo que era deforme. La vida de Ayla no prometía ser fácil y tenía que enfrentarse a retos diarios para sobrevivir y salir adelante.

Pero esa magia se estropea a partir del segundo libro y se prolonga hasta el sexto, donde Ayla alcanza unas cotas de perfección que, lejos de admirarla,  hacen que la odiemos con ganas.

Ayla es PERFECTA. Así, con mayúsculas. Ayla, típica protagonista Mary Sue a la que todo se le da de maravilla: aprende idiomas en un tiempo récord, es una cazadora inmejorable, una curandera fuera de serie, concibe una manera más fácil de hacer fuego, domestica animales (entre ellos un lobo y un león cavernario. True story) y todo el que la conoce la considera una persona maravillosa.

Aunque para los neandertales era fea, resulta que en realidad es guapísima: rubia, ojos grises, cuerpo escultural, etc. Todos los hombres pierden el culo por ella, y cuando digo todos, es que son TODOS. De verdad, la chica no tiene ni que currárselo: hace un mohín un poco afectado y todos los tíos se la quieren llevar a sus pieles para "compartir placeres", como se repite en la historia una y otra y otra y otra vez. Pero ella sólo quiere estar con su Jondalar, otro que también manda narices. Cuando Ayla aprende a hablar (en el Clan hablan por gestos y sonidos guturales, pero los cromagnones usan palabras), le queda un acento un poco raro; pero lejos de considerar esto un defecto, todo el mundo cree que es algo muy exótico y acaba maravillado. ¿Sabéis cuál es su único fallo? No sabe cantar. Bueno, eso y que tiene la imaginación en el culo, porque cuando tiene que poner nombre a sus animales no se mata mucho: A la yegua la llama Whinnie (que es la onomatopeya del relincho del caballo), al león lo llama Bebé (porque es pequeñito) y al lobo lo llama Lobo. Ooooh... ¡¡¡NO - ME - JODAS!!!

Y la verdad es que no sé qué le ven. Es una mujer normal y corriente, que en realidad no hace nada fuera lo común. Sin embargo, todos insisten en que tiene que ser una especie de sacerdotisa de Doni, la Madre Tierra, sobre todo por sus "poderes especiales". ¿Un ejemplo? Ayla es perspicaz y adivina lo que piensa la gente por sus gestos o su lenguaje corporal, pero todo el mundo cree que es capaz de leer el pensamiento. En fin...

Hablo de Ayla, pero es que el resto también son para hartarse de llorar. Quitando el primer libro, en el resto de la saga los personajes secundarios están por estar. No se libra ni uno, por mucho que insista la autora en darles una personalidad y una historia a cada uno de ellos (no es broma, Auel tiende a dar demasiadas explicaciones de todo y de todos). Son absolutamente prescindibles, y a veces ni siquiera tienen una mínima profundidad psicológica. Si son buenos, lo serán siempre. Si son malos, lo son porque odian a Ayla por alguna razón (es más guapa, es más poderosa, la quieren más...).

Entre tanto machote buenorro en taparrabos, es lógico que Ayla se enamore de uno. ¿Y de quién? ¡Pues del chico más guapo del Pleistoceno, y que es igual de perfecto que ella! Ahí está Jondalar, el Hombre del Año. The Man of the Year. Un portento humano se mire por donde se mire. Alto, rubio, de impresionantes ojos de color azul glaciar, guapísimo hasta provocar sofocos y desmayos en todas las mujeres (hay más de una que quiere violarlo. True story). Atractivo, varonil, elegante, sensual, musculoso... me quedo sin adjetivos, pero es que la autora los ha usado todos para referirse a él. Es tan guapo que, igual que le pasaba a Ayla, no hay mujer que se le resista. En serio, ni una. Por si eso fuera poco, y para que todos los hombres se mueran de envidia... SU POLLA ES ENORME. Es frecuente que la autora le dedique unas cuantas líneas a los polvos que va echando Jondalar a lo largo de su viaje, recreándose especialmente en la magnificencia de su garrote del amor, al que creo que podrían dedicarle un monumento. ¡En serio, qué perfección de órgano viril! Por eso es uno de los más escogidos para celebrar los Primeros Ritos, una ceremonia muy especial que consiste en que las chicas que tienen su primera regla tienen que ser desvirgadas para "abrir la entrada que deje paso al espíritu de un hombre".

¿Ya os habéis repuesto de la conmoción? Los cromagnones tienen sus propias creencias respecto al sexo, como los neandertales, aunque tienen en común que creen que la coyunda no tiene nada que ver con el hecho de hacer niños. Para el Clan, la cosa iba de tótems, que son algo así como espíritus animales que pertenecen a una persona. Todos los meses, el tótem de una mujer batalla contra el de los hombres; si gana el tótem de la mujer porque su animal espiritual es más poderoso, la mujer tendrá la menstruación. En cambio, si es derrotado por el tótem del hombre, se quedará embarazada. Muy poético, ¿verdad? En cuanto a los cromagnones, pues es algo parecido. Ellos creen que la cosa va de espíritus que se mezclan para dar origen a una nueva vida, que pertenece en exclusiva a la mujer. Según ellos, el hombre no tiene nada que ver con la reproducción y sólo existe para abrir a la mujer y protegerla cuando tenga hijos. Cuando la mujer sea desvirgada, estará en condiciones de concebir... si la Madre Tierra quiere. Este tema en concreto es uno de los más repetidos a lo largo de toda la saga porque, por si no lo sabíais, Ayla es la única que se para a pensar y se da cuenta de que si un niño sale por el mismo sitio por donde un hombre ha eyaculado... es que eso tiene que significar algo. Mary Sue al cantooooo...

¿Y lo demás? ¿Qué otras cosas nos puede ofrecer Los Hijos de la Tierra? Me temo que muy poco, por desgracia. Auel debe ser de esos autores que tienen una línea argumental muy simple y, para magnificarla, se dedican a meter más y más páginas de absoluta morralla. En este caso, abundan las descripciones de absolutamente todo. Y aunque eso está muy bien en cuestión de paisajes y emplazamientos, resulta verdaderamente cansino cuando se pone, por ejemplo, a describir punto por punto toda la flora que hay por una determinada región. Con la excusa de que Ayla está buscando hierbas para hacer sus medicinas, Auel empieza una larga y aburridísima diatriba de todas las plantas que hay por las cercanías, con sus usos y propiedades específicas. Si eres botánico o te gustan los remedios naturales, puede que le encuentres interés a estas partes; para todos los demás, es un maldito coñazo.

Esto también se extrapola a otras situaciones. Por ejemplo, cada vez que Jondalar mira a los ojos a una mujer, sea quien sea (incluso sus propias hermanas), la chica va a experimentar las mismas sensaciones de excitación sexual, y Auel las describe siempre de la misma manera. Lo mismo cada vez que Ayla abre la boca para hablar y todos se dan cuenta de lo raro que es su acento, y seguimos con las mismas descripciones. También cuando Ayla cura a alguien, los polvos de la parejita, cuando Jondalar cuenta la historia de sus viajes, cuando hace una demostración con el lanzavenablos (es un propulsor de lanzas), cuando Ayla explica cómo encontró a Lobo y a Whinnie... De verdad, es siempre lo mismo. Se repite una y otra vez. No te cuenta nada nuevo.

Por no hablar del tono de culebrón que la saga va adquiriendo a medida que avanza. Pasamos de ver la dureza de la vida en la Prehistoria a contemplar la arrolladora relación amorosa de Ayla y Jondalar, de la que todo el que les rodea está pendiente. Se aman tanto, se necesitan tanto, se ansían tanto... Por supuesto, la autora también mete un triángulo amoroso, porque Ayla y Jondalar discuten y entonces ella se larga con un negrazo prehistórico con las mismas habilidades sexuales que Jondalar, y que está absolutamente obsesionado con Ayla. A esta relación se le dedica todo el tercer libro, por lo que me lo pasé potando de principio a fin. Pero, si creíais que eso se iba a quedar ahí, estáis muy equivocados. Llega el sexto libro, el culmen de la historia. Si las innumerables descripciones de cuevas y pinturas no os parecen suficientes para engrosar el libro, la autora se saca un as de la manga y repite el esquema triangular amoroso (con otro personaje) para darle emoción al asunto. ¡Una mierda como un piano!

Si Jean M. Auel quería que se me dibujara una expresión de repulsa en el rostro, lo ha conseguido. Lo que me parece más indignante es que hay algunos tomos entre los que hay un lapso de tiempo muy amplio, por lo que los seguidores de la saga esperábamos que la autora se lo currara mucho más. ¡Qué decepción coger el libro nuevo y ver que es un bodrio del que no se aprovechan más que unos pocos episodios! Intenté que me gustara la saga. Os juro que lo intenté. Pero cada libro es peor que el anterior, y cuando llegué al sexto ya estaba al límite. Terminé la historia, pero con un cabreo enorme. Indignada de que se le haya dado un final tan pobre a una historia que empezó tan bien.

Pues esta es mi historia con Los Hijos de la Tierra. Releyendo la reseña, me doy cuenta de que la razón por la que empecé a odiarla es por la aparición de la exasperante Mary Sue. ¡Qué triste XD!

jueves, 1 de enero de 2015

La Princesa del mes: Blancanieves


¡Hola a todos y bienvenidos al 2015!

Empezamos el año con fuerza y con alegría, esperando con ilusión qué cosas nos va a traer el nuevo año. Seguro que todos vosotros ya habéis hecho vuestros propósitos para año nuevo, o tenéis en mente algunos proyectos que os gustaría llevar a cabo. Bien, pues el 2015 es un buen año para hacerlo.

Yo, por mi parte, he hecho mi lista de buenos propósitos y tengo pensado llevar algunos a cabo. ¿Cuáles? Ya lo averiguaréis, jejeje! Uno de ellos es seguir adelante con este blog y actualizarlo siempre que me sea posible con contenidos que me gusten o me parezcan interesantes. ¡Y mucho mejor si a vosotros también os gustan!

Para ir calentando motores, voy a empezar con un calendario dedicado este año a las Princesas Disney. ¿Por qué? Bueno, supongo que porque me apetecía (y el aluvión de películas Disney en estas vacaciones también ha tenido mucho que ver). Como hice el año pasado con las Kimmidolls, cada mes estará dedicado a una nueva Princesa Disney.


Blancanieves



Nombre: Blancanieves
Rango: Princesa de nacimiento
País: Alemania
Edad: 14 años
Familia:
            - Padre (fallecido)
            - Madre (fallecida)
            - Reina Grimhilde (madrastra)

Amigos: 
            - Los siete enanitos
            - Los animalitos del bosque

Esposo: Príncipe Fernando
Canción: Con una sonrisa y una canción

La historia de Blancanieves es una de las más conocidas del mundo. Un día, una reina deseó tener una niña que fuese de piel blanca como la nieve, de mejillas rojas como la sangre y de cabello negro como la noche. Su deseo se cumplió, pero la reina murió al poco de dar a luz. El rey se casó por segunda vez con una mujer de gran belleza, pero también muy celosa y vanidosa que poseía un espejo mágico. La reina bruja se acercaba todos los días al espejo y le preguntaba quién era la mujer más hermosa del reino, a lo que el espejo siempre contestaba que ella era la más bella de todas.

Pero cuando Blancanieves creció y se convirtió en una preciosa jovencita, el espejo le dijo a la reina bruja que había sido desplazada en belleza por Blancanieves. La reina montó en cólera y, a partir de entonces, iniciaría una carrera por destruir a Blancanieves. Ordenó a un cazador que la matara en el bosque, pero el hombre se apiadó de la princesa y le ordenó que huyera de la reina. Después de vagar por el bosque, Blancanieves encontró una casita que pertenecía a siete enanitos que trabajaban en las minas. Después de hablar con ellos y contarles su terrible situación, los enanitos le permitieron quedarse con ellos a cambio de que atendiera la casa.

Mientras tanto, la reina le preguntó a su espejo una vez más quién era la mujer más bella de todas, y fue así como descubrió que Blancanieves estaba viva y tramó un plan para deshacerse de ella de una vez por todas. Tomó una poción para transformarse en una anciana decrépita y utilizó sus artes y conjuros para envenenar una manzana destinada a Blancanieves. Era una manzana mágica que sumiría a la niña en una muerte aparente, de la que sólo podría despertarse con un beso de amor. La bruja fue a visitar a Blancanieves a la casa de los enanitos y le dio la manzana a Blancanieves. Cuando la princesa mordió la manzana, cayó muerta. La bruja huyó, perseguida por los enanitos y los animales del bosque, y cayó por un acantilado, muriendo al instante. 

En cuanto a Blancanieves, los enanitos no tuvieron corazón para enterrarla y le fabricaron un sarcófago de cristal. Fue entonces cuando el príncipe Fernando, que había vagado por todo el reino en busca de Blancanieves para pedir su mano en matrimonio, encontró a los enanitos arrodillados ante el féretro de la princesa. A modo de consuelo, pidió a los enanitos que levantaran la tapa del sarcófago para poder despedirse de Blancanieves con un beso de amor. Fue entonces cuando se obró el milagro, pues el beso del príncipe rompió el hechizo y Blancanieves despertó, causando a todos una gran alegría. Al final, Blancanieves se casa con el príncipe Fernando y juntos van a su reino, donde vivieron felices para siempre.