jueves, 26 de septiembre de 2013

Lo fácil que es el olvido


A veces me quedo sorprendida de la facilidad que tiene el ser humano para olvidar las cosas. No se trata de olvidarse del móvil en casa después de marcharte a trabajar, u olvidarse de devolverle un pintauñas a tu mejor amiga. Me refiero a cosas un poco más graves, por decirlo de alguna manera. ¿No me entendéis? Un ejemplo: Imagina que tú entras en un sitio tranquilamente y allí te encuentras con una persona a la que hacía mucho tiempo que no veías. Sin embargo, lejos de alegrarte, a tu cabeza vienen de repente los recuerdos que esa persona implantó en tu mente de forma imborrable. Y no son precisamente recuerdos muy agradables. Esa persona te insultó en el pasado, se mofó de ti, te hizo la vida imposible. Sin embargo, tú ves cómo se acerca a ti y empieza a hablarte como si tal cosa, como si fuerais colegas de toda la vida.
 
 
Pues eso es lo que me ha pasado a mí esta semana.
 
 
El otro día fui a la escuela de idiomas de mi ciudad. Como no tengo trabajo y considero que algo hay que hacer mientras tanto, el año pasado empecé a estudiar alemán. Este año he reincidido y, además del alemán, me he metido a mayores en inglés, a ver si me saco el B1 de una vez.
 
 
El hecho de tener la escuela de idiomas tan cerca de mi casa aporta muchas ventajas. Una de ellas es que no hace falta ir en coche o en transporte público, porque está a cinco minutos a pie. También me gustan sus horarios, aunque me ha costado un poco compatibilizarlos para tener tiempo para mí y el curso on-line al que me he apuntado. Otra cosa buena es que también viene conmigo mi mejor amiga, así que es una ventaja porque damos las mismas cosas y si una de las dos no puede venir a clase, la otra le trae los apuntes o le explica lo que se hizo en clase.
 
 
Pero también tiene su parte negativa. Y es que, al vivir en una ciudad pequeña, es inevitable reencontrarse con personas de muy diversa calaña. A esto hay que sumar que la crisis ha traído de vuelta al hogar a muchos que se habían marchado, por lo que a veces uno se encuentra con personas a las que desearía no volver a ver nunca. Y estas personas parece que han tenido la misma idea de ponerse a estudiar un idioma mientras no hay trabajo.
 
 
Ya sabéis por dónde van los tiros, ¿no?
 
 
Estaba yo tranquilamente con mi amiga en la escuela de idiomas, sentadas las dos en un sillón esperando a que llegara el profesor de alemán y empezara la clase, cuando apareció una chica que, por decirlo de un modo conciliador, me molestó cuando yo iba a primaria. Me sorprendió mucho verla allí, pues imaginaba que se había marchado a otra ciudad. La cara que se me quedó al verla debió de ser sumamente cómica, porque me quedé estupefacta. Pero más sorprendida me quedé cuando ella, con una tranquilidad pasmosa, se sentó muy sonriente a nuestro lado y empezó a hablar con amabilidad e incluso con dulzura.
 
 
A todo esto, por mi cabeza pasaba la siguiente pregunta: ¿Pero de qué coño va esta tía? Porque no me parece lógico que te pongas a hablar con una persona a la que insultaste repetidas veces siendo niña. ¿Qué ha pasado ahora? ¿Es que se ha olvidado de las cosas que me dijo? Porque yo no me he olvidado y, gracias a otras personas como ella, no me olvidaré nunca. Ella fue una de las que me insultó y apartó de su lado cuando yo solo quería jugar y hacerme amiga suya. Ella me llamó muchas cosas, me trató con desprecio, se mofó de mí sin que yo le diera motivos.
 
 
Pero hete aquí que ahora es una chica súper simpática, que viene a contarme su vida y a preguntarme cosas de la escuela de idiomas mientras sonríe. ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo? ¿Debo sonreír también y hacer los típicos comentarios superficiales? ¿O debo volver la cabeza para no mirarla porque corre el riesgo de que le escupa a la cara? Me fastidia que la gente haga eso. Me jode que la gente que me martirizó de niña ahora muestre su cara más amable. Como si nunca hubiera pasado nada. Eran cosas de niños, ¿no?
 
 
Sinceramente, me alegro de que esa tía no esté en mi curso. No sé si sería capaz de soportarla nueve meses enteros. Además, sería capaz de venir a pedirme apuntes, y yo soy de las que piensa que al enemigo, ni agua. Algunos creen que me estoy pasando un poco; supuestamente, el pasado se quedó atrás y no se puede cambiar. Hasta están los que opinan que las personas que me molestaron han crecido, han cambiado, han madurado, y seguro que ahora son buenas personas.
 
 
¿Mi respuesta? Me importa un carajo lo buenas personas que sean. Por mí pueden ser mejores que la Madre Teresa de Calcuta. Lo que me hicieron vivir no lo podrán cambiar ni sus sonrisas ni sus palabras melosas. Que no se me acerquen con la cabecita agachada, porque eso conmigo no funciona. En mi vida no hay lugar para ellas. No tengo ganas de darle el privilegio de mi amistad a seres que fueron tan bajos. Tuvieron su oportunidad; ahora, ajo y agua. Como siempre digo, yo no me mezclo con gentuza.
 
 

4 comentarios:

  1. Te comprendo; yo tampoco querría tener nada que ver con las personas que me maltrataron en el colegio. Pero supongo que si esa chica se portó así contigo en primaria, lo más probable es que ni se acuerde, y que sólo te tenga en mente como "cara que me suena de haberla tenido de compañera en clase de primaria". Y lo normal (y lo deseable) es que no siga siendo la misma persona, porque si de primaria hasta ahora no madurásemos seríamos un interesante caso para la psiquiatría.
    ¿Eso significa que tengas que hacerte amiga de ella? Desde luego que no. Yo tampoco me sentiría cómoda en esa situación. Pero lo que sí haría, quizás, si esa chica se empeña en querer intimar conmigo, es explicarle que tengo un mal recuerdo de su actitud y que por ese motivo no me siento cómoda a su lado. Lo más seguro si se ha convertido en una persona decente es que te presente sus excusas, ¿y quién sabe? Aunque nunca sea tu mejor amiga, igual esa disculpa y ver que ahora es maja cura una herida vieja en tu corazón. Tampoco se puede condenar eternamente a una persona por algo que hizo a los nueve años (y te lo dice alguien que sufrió acoso escolar de Presscolar a COU).

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  2. Si te soy sincera, yo tampoco creo que ella se acuerde. O se hará la olvidadiza. O se acordará pero de manera muy breve. La verdad es que poco me importa, porque no quiero tener ningún trato con ella ni con sus amigas de entonces, que también me hicieron la vida bastante imposible. Reconozco que la posibilidad que me ofreces de actuar es la más lógica y civilizada. A mí me resulta difícil, porque no soy de las que perdona con facilidad. Supongo que no hay mejor desprecio que no dar aprecio.

    No creo que lleguemos a intimar demasiado, porque no coincidimos ni en el curso ni en el aula, así que mejor para ambas. Cada una por su lado y las dos felices. Hay heridas que nunca se cierran o, en mi caso, que cicatrizan mal. Pero se aprende a vivir con ellas.

    Pero, ¿en serio que te martirizaron desde tan pequeña? ¡Qué asquerosa y mala es la gente, joder! Me sorprende que no te volvieras loca de dolor y de pena; yo no sabría si podría soportarlo. Pero te admiro más por ello.

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  3. Se podría decir que me volví loca, teniendo en cuenta que a los 20 años me diagnosticaron depresión clínica y llevo arrastrando transtornos de ansiedad desde la infancia, que con tratamiento he podido controlar pero no mitigar. Recuperé la autoestima y la seguridad y ya no me pasa eso que me pasa antes de oír reír a la gente (aunque fueran desconocidos) cuando yo pasaba por delante y morirme de vergüenza por creer que se reían de mí, pero sigo sin ser capaz de soportar una broma; pueden llegar a generarme un ataque de ansiedad si son en público.

    ¿Y a qué se debe esto? A que desde Preescolar a COU me llamaran la rara y la loca (porque me gustaba leer, era muy soñadora y torpe en los desportes), nadie quisiera ser mi amigo, todos se rieran de mí como abriera la boca en clase, y me gastaran putadas tales como:
    -Insultarme.
    -Pegarme.
    -Robarme o estropearme el material escolar.
    -Pegarme chicles en el pelo.
    -Escupir en mi pupitre.
    -Ponerme chinchetas en el asiento-
    -Llamarme loca cuando cogí la costumbre de poner la chaqueta sobre el asiento para sentarme, por si acaso, para no clavarme nada... y para que no me cortaran la chaqueta con las tijeras como me sucedió una vez cuando la dejé en el perchero.
    -Imitarme.
    -Enviarme una carta de amor falsa para reírse todos de mí cuando acudiera a la supuesta cita a ciegas (afortunadamente para esas alturas tenía la autoestima tan baja que me olí la trampa y no piqué).
    -Reírse de los escasos niños a los que yo les daba pena e intentaban ofrecerme su amistad, para que no fueran mis amigo (funcionó).

    Y eso durante 14 años. El día que salí del colegio para mí fue como salir de la cárcel. Y si cuand muera voy al infierno (espero que no), estoy segura de que las puertas del infierno serán como las de mi colegio.

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  4. Joder, qué fuerte... Estoy alucinando bastante, en serio. Sabía que en los colegios y los institutos se podía ser malo, pero no tanto. Eso demuestra que la maldad no distingue de edades.

    A mí no llegaron a hacerme tantas "lindezas" como a ti, aunque tampoco me dejaban en paz. Mi lista se reduce básicamente a señalarme con el dedo y ponerme motes que ellos consideraban graciosos. Una muestra: por un día que llevé una chaqueta de color rosa, me llamaron Barbie Llorona. ¿Conclusión? No volví a vestir de rosa desde los 12 hasta ahora, más o menos (solo ahora me atrevo a llevar algún detalle en rosa). Puede parecer una tontería, pero cada vez que me veían por la calle me machacaban con eso y a mí me dolía un montón.

    Otro de sus apodos favoritos fue el de Marimacho. Con eso me torturaron mucho. El mote me lo puso un tío que ya era un mierda en el instituto, pero cuajó y parece ser que a los otros les gustó. Me lo llamaban a todas horas, en cualquier sitio, estuvieran delante los profesores o no. Una chica llegó incluso a amenazarme con pegarme una paliza porque le devolví el insulto. Por suerte, mi tutora se dio cuenta de la situación y les puso las pilas a unos cuántos. La cosa no se quedó ahí, porque a veces me perseguían por el recreo para seguir insultándome. Yo me iba a la biblioteca a refugiarme y leyendo me sentía mucho mejor.

    Lo de escupirme, pegarme chicles o robarme cosas nunca lo hicieron, aunque yo me mantenía alerta (cuando te acosan, tienes que desarrollar un sexto sentido). Tampoco me enviaron cartas de amor porque yo no picaba, aunque unas de esas chicas me dejaron una notita en una libreta instándome a que no me fijara demasiado en cierto chico que era el novio de la hermana de una de ellas. "No te acerques a él, zorra". Palabras textuales. Lo que sí me dejaban eran caricaturas mías vestida de rosa y llorando. Ja, ja, qué gracioso ¬¬.

    Por eso ahora me fastidia que esa gente que tanto me hostilizó y me martirizó, ahora se me acerque con sonrisitas y palabras melosas, como si nada hubiera pasado. La bofetada siempre le duele más al que la recibe, no al que la da. Por eso para ellos es muy fácil olvidar el pasado, hacer borrón y cuenta nueva, fingir que no ha pasado nada. Y ya sé que no les importa, pero yo no soy de las que perdona tan fácilmente.

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