viernes, 20 de septiembre de 2013

Kumari, el precio de la divinidad


Desde siempre, el ser humano ha sentido la necesidad imperiosa de venerar a uno o varios dioses. Antiguamente, los dioses eran la respuesta a fenómenos tan comunes como la lluvia, el trueno, el cambio de las estaciones, el día y la noche, y las enfermedades. Con el paso del tiempo, los dioses se convirtieron en representantes de los aspectos más habituales del ser humano: dioses que son reyes, dioses que protegen las artes, la medicina, la caza, los partos... El paso de una sociedad politeísta a una monoteísta trajo unos cambios sustanciales a la hora de concebir a Dios, Alá o Yahvé. Para los creyentes, es el Dios Único, el Creador de todo lo que conocemos y lo que nos queda por conocer. Dios es el camino que hay que seguir para alcanzar la vida eterna cuando llegue el fin de los tiempos. Quienes tienen fe en Él, hayan consuelo para sus penas y felicidad en sus corazones, pues Dios es, ante todo, amor.

No voy a hacer disquisiciones teológicas, más que nada porque no es el objeto de esta entrada. Como atea, entiendo el culto y la fe de los creyentes, pero no la comparto. Es curioso que, en ocasiones, el dios a quien se le rinde culto sea tan inaccesible y a veces, incluso, está oculto a la vista del ser humano. Supongo que eso se debe a que se trata de una divinidad a la que solo se puede acceder mediante el corazón (en el caso de las religiones monoteístas); cuando se trata de varios dioses, el hombre se ha esforzado en ponerle rostro y forma. Es habitual que, al ser vistas desde el punto de vista del hombre, las divinidades sean antropomorfas (una especie de excepción sería el panteón egipcio, donde los dioses tienen cabezas de animales o siempre adoptan forma de animal).

Visto así, parece un poco más lógico lo que se da en Nepal. Algunos ya sabréis a qué me estoy refiriendo: estoy hablando del culto que se le rinde a la Kumari, la niña diosa.

Pero, ¿quién es la Kumari? La Kumari, también llamada Kumari Devi es el nombre que reciben en Nepal y la India las niñas que dan muestras de poseer energía divina en su interior. La palabra Kumari, que deriva del sánscrito Kaumarya (virgen), hace referencia a las niñas solteras de Nepal, a algunas lenguas de la India, y al nombre de la diosa Durga cuando era niña.

En Nepal, la Kumari es una niña que todavía no ha llegado a la pubertad, elegida entre los miembros de la casta Sakya o Bajracharya. La Kumari es adorada y reverenciada tanto por hindúes como por budistas nepalíes, aunque eso no ocurre con los budistas tibetanos. Aunque hay muchas Kumaris a lo largo y ancho de Nepal, y en algunas ciudades incluso hay varias, la más conocida es la Kumari de Katmandú, que vive en un templo en el centro de la ciudad. La sigue en importancia la Kumari de Patan.

El culto a la Kumari es relativamente reciente en Nepal, pues data del siglo XVII, mientras que la existencia de la Kumari-Puja (venerada en la India) es de hace unos 2300 años. Se cree que el culto podría haber penetrado en Nepal alrededor del siglo VI, pero las fuentes escritas más antiguas que se conservan datan del siglo XIII.



La Kumari, una diosa viviente

Hay muchas leyendas que relatan cómo empezó a darse el culto a la Kumari. La mayoría de las historias hablan del rey Jayaprakash Malla, último rey nepalí de la dinastía Malla. De acuerdo con la leyenda popular, una serpiente roja entró una noche en los aposentos del rey mientras jugaba a los dados con la diosa Taleju. La diosa prometió volver todas las noches para jugar con él, con la condición de que no le hablara a nadie de sus encuentros. Pero una noche, la esposa del rey lo siguió a su habitación para averiguar con quién se encontraba tan a menudo. La reina vio a la diosa, y Taleju se enfureció. Le dijo al rey que, si quería volver a verla o seguir contando con su protección para el reino, tendría que buscarla en la comunidad Newari (casta Sakya), ya que iba a reencarnarse en una niña de la casta de los orfebres. Esperando compensar a su protectora, el rey Jayaprakash Malla abandonó el palacio para buscar a la niña poseída por el espíritu de Taleju.

Otra historia, muy similar, habla del rey Trilokya, que cada noche era visitado por la diosa Taleju en su habitación para conversar y jugar a los dados. Taleju solía presentarse con la forma de una mujer de gran hermosura. Una noche el rey, cansado de los juegos de azar, intentó poseerla. Taleju, ofendida, huyó. Pero volvió a la noche siguiente, presentándose en sueños al monarca para avisarle que regresaría en el cuerpo de una niña de otra religión y de la casta de los orfebres, considerada por entonces como impura, para que el rey no pudiera acercarse a ella.

Aun hoy, cuando una madre sueña con una serpiente roja significa que su hija será elevada a la posición de Kumari. Y cada año, el rey de Nepal solicita la bendición de la Kumari en el festival de Indra Jatra.

Diosas, reencarnaciones, leyendas… La diosa Taleju se manifiesta continuamente a sus fieles a través de una niña de pureza intachable. Pero, ¿cómo se sabe que es la elegida? El ritual de selección recae en varias personalidades religiosas y espirituales: cinco sacerdotes budistas Vajracharya, el Real Sacerdote, el Sacerdote de Taleju y el Astrólogo Real. El rey y otros líderes religiosos pueden participar en el proceso de elección, o son informados de los pormenores.

Las niñas seleccionadas pertenecen a la casta Sakya (la casta a la que pertenecía Buda) y deben tener buena salud, no haber sangrado nunca, no tener cicatrices o arañazos, y no haber perdido ningún diente. Las niñas que pasen esta primera prueba, deberán tener también las treinta y dos perfecciones de la diosa, las cuales hacen referencia a animales o vegetales: el cuello como una caracola, el cuerpo como el de un árbol Banyan, las pestañas de una vaca, los muslos de un ciervo, dientes en forma de semilla de pepino, orejas de Buda, el pecho de un león, la voz dulce y clara como la de un pato… Además, debe tener el cabello y los ojos negros, los pies proporcionados y órganos sexuales pequeños y bien recogidos.

También se deben observar otros signos en las niñas, como la bravura y la serenidad. Sus cartas astrales son examinadas para asegurar que coinciden con la carta astral del rey; es muy importante que no haya signos adversos, ya que la Kumari tiene que confirmar la legitimidad del rey cada año que dure su divinidad. Las familias de las niñas también son examinadas en cuanto a su devoción y piedad hacia el rey.



Niña diosa

Cuando los sacerdotes elijan a una candidata, la someten a la prueba de valor para asegurarse de que posee las cualidades necesarias para ser el cuerpo viviente de Taleju. La prueba del valor tiene lugar en la noche de Kalratri, cuando se sacrifican 108 búfalos a la diosa Kali. La niña candidata es llevada al templo de Taleju por la noche y encerrada en su interior, donde están expuestas en la penumbra las cabezas de las reses sacrificadas. Si la niña realmente posee las cualidades de Taleju, no mostrará signos de temor durante la experiencia.

La última prueba consiste en que la niña pasee entre una serie de objetos y escoja los que hayan pertenecido a la anterior Kumari. Si lo consigue, no cabe duda de que es la elegida.

Una vez haya sido elegida la Kumari, debe ser sometida a un ritual de purificación antes de convertirse en el receptáculo de la diosa Taleju. La niña debe soportar una serie de rituales tántricos secretos para limpiar su cuerpo y su espíritu de experiencias pasadas. Cuando se completen los rituales, Taleju entra en ella y se presenta como la nueva Kumari. Se la viste y maquilla como la diosa y es llevada al templo de Taleju, donde pasará el resto de su vida como divinidad.



Única salida de la Kumari al exterior

La vida de la niña cambia radicalmente después de convertirse en diosa. No puede salir del templo en el que vivirá como diosa. Su familia apenas podrá visitarla, porque para ello necesitan un permiso especial. Siempre irá vestida de rojo y llevará pintado en la frente el tercer ojo, con el que puede ver más allá de lo que los mortales alcanzan a distinguir solo con dos. Tanto el ojo como las pulseras y brazaletes que adornan sus brazos y sus tobillos tienen la función de alejar a los malos espíritus. Sobre una bandeja con ofrendas apoyará sus pies descalzos y empolvados de rojo.

El poder de la Kumari se manifiesta a través de sus emociones. A la niña no se le permite reír ni hablar demasiado, ni siquiera durante las audiencias con sus fieles. Los habitantes de Katmandú acuden a visitarla para curar sus enfermedades o para pedirle dinero y prosperidad. También es visitada por burócratas y altos funcionarios del gobierno que le traen regalos y ofrendas que la Kumari recibe en silencio. Al presentarse ante ella, hay que besarle los pies en señal de devoción. Durante las audiencias, la Kumari es observada cuidadosamente para interpretar sus emociones, ya que en ellas se manifiestan las predicciones de la diosa: Si llora o se frota los ojos, significa una muerte inminente; si se ríe con fuerza o solloza, augura una grave enfermedad; si da palmas, significa que hay razones para temer al rey; si toma comida de las ofrendas, anuncia pérdidas de dinero. La actitud idónea de la niña diosa ha de ser la misma que la de una estatua: seria, hierática, silenciosa.

Consentida, pero prisionera. Para ser una diosa hay que pagar un alto precio. La familia debe evitar que la Kumari llore o se enfade, y esto implica cuidarla en exceso y consentir todos sus caprichos. Recibe regalos de sus seguidores y es mirada con veneración, pero le está prohibido abandonar su templo. Solo durante las festividades que preside se muestra en la calle, y lo hace sobre un palanquín para que sus pies no toquen el suelo, y el único camino que recorre es hacia el santuario consagrado en su honor.

La Kumari tampoco va al colegio, aunque cuenta con tutores que la instruyen en su deber espiritual. Tampoco tiene mucho contacto con otros niños de su edad. Los juegos en los que corra el riesgo de caerse y sangrar le están prohibidos, por lo que pasa mucho tiempo jugando con muñecas o viendo la televisión. La mínima raspadura acaba con su reinado y, por consiguiente, con los donativos de los fieles y la pensión que recibe del Estado. Sigue una dieta estricta y recibe un cuidado especial para que sus dientes de leche caigan cuando los definitivos ya estén bien desarrollados. La llegada de la menstruación, o cualquier otra causa que implique sangrado, pone fin a su vida divina y la convierte en una más entre las adolescentes de su edad. Regresa a la vida normal sin haberse preparado para ello.



La diosa en su trono

Los padres, que probablemente se sentían honrados por tener una hija elegida, se encuentran con una adolescente poco instruida y acostumbrada a que se lo den todo hecho. Si el momento del desarrollo es duro para cualquier adolescente, lo es mucho más para la Kumari, que no solo ingresa en el mundo de los adultos, sino que también lo hace en el de los mortales.

Pero las dificultades no terminan aquí, porque cuando llegan a la edad de casarse hay otra leyenda que las está esperando: casarse con una mujer que fue Kumari trae mala suerte. La diosa Taleju se enamoró de un demonio, cosa que no agradaba a los otros dioses, que la obligaron a acabar con el hombre que amaba. Taleju cedió y envenenó a su amante, pero le juró fidelidad eterna. Y esa frase se convirtió en una promesa endemoniada ya que, cada vez que aparezca un hombre en la vida de la mujer diosa, el espíritu del demonio vendrá para acabar con él y hacer que cumpla su promesa. Por eso abundan las historias de pretendientes de ex Kumaris muertos en extrañas circunstancias, pero no deja de ser una leyenda urbana. Si las muchachas no pretenden que sus maridos las adoren como cuando fueron diosas, es probable que lleven una vida normal.

Europa con sus princesas tristes, y Nepal con sus diosas solas. Poco cambian las cosas, a pesar de tratarse de culturas tan diferentes. Posiblemente la mejor suerte esté de parte de la mayoría, del pueblo humilde que sueña con la gloria y la divinidad, aunque piense que nunca se le cumplen los sueños.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la entrada. Esta historia la conozco dese niña, porque cuando mi madre estaba embazarada (aún sin saberlo) viajó por Egipto, la India y Nepal, y vio a la Niña Diosa. Me contaba esa historia muchas veces de niña, porque a mí me fascinaba, y dice que recuerda haber visto a una niña muy serie con los ojos pintados de khol asomada al balcón y rascándose la nariz.
    Lo único que varía de la historia que mi madre me contó es el final (entiéndase, en final que le contó a ella el guía turístico de su grupo), porque lo que le dijo fue que las Kumari que llegaban a la pubertad no volvían a la vida normal ni se casaban, sino que permanecían de por vida consagradas a la diosa como sacerdotisas en el templo.

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  2. Reconozco que mis conocimientos sobre la Kumari son más recientes. Me enteré de su existencia allá por el 2009, cuando hubo un escándalo por una Kumari que se "atrevió" a abandonar el país para ir a Estados Unidos; el resultado fue que la destituyeron y buscaron a otra para sustituirla. Sin embargo, más allá de la polémica, a mí me llamó la atención el hecho de que se elevara a una niña a la categoría de diosa. El resto está en esta entrada. Es un tema fascinante.

    En cuanto al final de la vida divina de la Kumari, creo que varía dependiendo de la zona en la que se encuentre la diosa. En Nepal hay muchísimas niñas diosas, aunque las más importantes son la de Kathmandú y la de Patan. He leído testimonios de gente que ha conocido a niñas Kumari, y la historia cambia de una a otra: unas se casan y hasta consiguen ser felices, pero las hay que están tan imbuidas por su pasado divino que reciben a los visitantes de su casa vestidas como la diosa y actuando como tal.

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