lunes, 6 de mayo de 2013

Catalina de Aragón, la Reina Virtuosa

Este mes lo estoy dedicando, como podréis ver, a temas que me interesan de la Historia. Uno de los temas que más me han fascinado siempre es el de Enrique VIII y, más concretamente, sus seis esposas, que muchos toman como modelos de mujer.

Hoy empezaré por Catalina de Aragón, de la que os dejo fotos, emblemas y, cómo no, su biografía.


Espero que os guste!






Catalina de Aragón nació en Alcalá de Henares el 15 de diciembre de 1485. Creció feliz en la corte de Castilla y, como sus hermanas, recibió una educación muy superior a otras mujeres de su tiempo. Estudió el misal y la Biblia, a clásicos como Prudencio y Juvenal, a san Ambrosio, san Agustín, san Gregorio, a Séneca y los historiadores latinos, y llegó a hablar latín clásico (la lengua de la diplomacia internacional) con gran fluidez. También adquirió conocimientos de derecho civil y canónico, así como de heráldica y genealogía. Aparte de los esfuerzos intelectuales, también se cuidaron sus dotes musicales, el baile y el dibujo. Y la reina Isabel también inculcó a sus hijas otra tradición femenina más universal: el dominio de las destrezas domésticas. Las hijas de la reina aprendieron a hilar, tejer y hornear pan.

Al igual que el resto de los hijos de los Reyes Católicos, su destino se dirimió en el tablero de ajedrez de la política exterior de sus padres. Juan casó en 1497 con la archiduquesa Margarita de Habsburgo, y parece que tan a pecho se tomó la vida conyugal que los excesos le llevaron a la tumba a los seis meses de contraer matrimonio, dejando a su viuda embarazada de un hijo que no llegó a lograrse. En contrapartida, Juana se comprometió con Felipe de Habsburgo, hijo y heredero del emperador Maximiliano, del que se enamoró con tal extravío que fue apodada por ello como La Loca. En cuanto a Isabel, la mayor de las hijas de los Reyes Católicos, contrajo matrimonio en 1495 con Juan II de Portugal y, al repentino fallecimiento de éste, volvió a casarse con su hermano y sucesor Manuel I. Tan solo tres años después moría la joven reina portuguesa de sobreparto; en 1500, Manuel I pidió en matrimonio a su cuñada la infanta María. En cuanto a Catalina, se perseguía la alianza con Inglaterra y como tal se la preparó para convertirse en reina en la corte de Saint James hacia donde partió, en 1501, cuando apenas contaba dieciséis años.

De Catalina se decía que era muy hermosa. Se la describe por entonces como de piel clara y mejillas sonrosadas, lo que indicaba un temperamento sereno y alegre. Además, el cabello de Catalina era rubio y abundante, muy alejado de la imagen convencional de una española, y sus rasgos eran bonitos y regulares. Sin embargo, era menuda de estatura, un tanto regordeta y poseía una voz demasiado grave para una jovencita. En cuanto a su personalidad, había heredado de su madre la firmeza de carácter, la capacidad de mando y unos sólidos principios morales y religiosos.

Posiblemente su forma de ser no era la más adecuada para adaptarse a la corte inglesa. El día a día de la corte inglesa, refinada y culta, poco o nada tenía en común con la austera forma de vida castellana. Enrique VII, último representante de la casa de Lancaster, se había hecho con la Corona al acabar con la vida de Ricardo III de York en una revuelta. Su matrimonio con Isabel de York unió las dos dinastías enfrentadas en la llamada “Guerra de las Dos Rosas” (1455-1485). Pero había conseguido crear un país próspero que administraba entre el lujo de la vida cortesana y una cierta ligereza de costumbres, junto con un notable interés por las letras y las artes. En este mundo había educado a su hijo y heredero, Arturo, príncipe de Gales y futuro esposo de Catalina.

La travesía hasta Plymouth fue terrible. Pero las inclemencias del tiempo y el peligro de naufragio se vieron compensados por una calurosa bienvenida. Los ingleses se quedaron maravillados ante aquella hermosa princesa del sur. Pocos días después, Londres se engalanaba con fastos nupciales y los flamantes príncipes de Gales se retiraron a sus aposentos privados en el castillo de Baynard. Lo que ocurrió o no ocurrió tras esa puerta habría de darle a Catalina muchos quebraderos de cabeza en el futuro.

El matrimonio duró muy poco. Cinco meses después de la boda, el débil y enfermizo Arturo murió a causa de unas fiebres para las que no hubo remedio posible. Así, de repente, Catalina se encontró viuda y sola en un país extranjero y una corte que ahora no sabía qué hacer con ella. La posibilidad de un heredero hubiera cambiado su situación, pero Catalina afirmó que su difunto esposo no la había conocido carnalmente y que, por lo tanto, era doncella. Enrique VII, ya anciano, declaró a su hijo superviviente, Enrique, que acababa de cumplir los doce años, como heredero de su reino y, con el fin de no romper la alianza con España ni perder la dote que Catalina había aportado al matrimonio, se lo prometió con la viuda de su hermano.

Pero había un problema. En la época, el matrimonio entre personas tan próximas no estaba bien considerado por la Iglesia. Pero la virginidad de Catalina y la afirmación del propio Enrique VII, que aclaró que el matrimonio no se había consumado dada la impotencia del enfermizo Arturo, fueron los argumentos que convencieron al Papado, que otorgó la dispensa para que la joven princesa se comprometiera en 1503 con Enrique.

En espera de que el heredero alcanzara la mayoría de edad, Catalina se retiró al castillo de Ludlow para guardar luto por su difunto esposo. Los años pasaron y la frágil y rubia princesa se convirtió en una joven de carácter demasiado maduro para su edad, muy reprimida por sus duras disciplinas religiosas. Por otra parte, no perdió su capacidad intelectual, que fomentó con muchas horas de lectura y aprendizaje. En esto sí tenía una gran afinidad con Enrique, que protegió todas las formas de arte, fue un buen músico y un versado teólogo. Entre ambos se desarrolló una fluida relación intelectual, pero que poco tenía que ver, al menos por parte de Enrique, con el amor o la pasión.

En 1509 murió Enrique VII y su hijo, que aún no tenía dieciocho años, ascendió al trono. El matrimonio con Catalina no podía retrasarse más, y dos meses después, volvía a contraer matrimonio y se convertía en reina de Inglaterra.

 
"Humilde y Leal"
 
 
Catalina estaba perfectamente preparada para ejercer de reina de Inglaterra, probablemente más que para ser la esposa de un joven tan sensual y amante de los placeres como Enrique VIII. Su sentido del deber estaba por encima de cualquier distracción mundana de las que tanto disfrutaba el joven rey. Cierto que Enrique VIII admiraba y sentía afecto sincero por su esposa, pero eso no le impedía buscar el placer en camas ajenas. Catalina sobrellevaba con dignidad y entereza los devaneos de su esposo. El matrimonio fue prolífico, pero de los seis hijos que Catalina dio a luz, solamente uno alcanzó la edad adulta.

Alrededor de 1513, Enrique VIII entabló un conflicto armado contra Francia y su decisión más importante fue designar a la reina Catalina como regente, papel que desempeñó muy bien dada su gran inteligencia y sus capacidades diplomáticas. Mientras Enrique batallaba, Catalina hubo de hacer frente a un conflicto en su propio reino. Los escoceses, liderados por Jacobo IV, aprovecharon la oportunidad para atacar la frontera septentrional inglesa. Catalina envió un ejército al norte que aplastó a los escoceses en Flodden. Incluso envió a Enrique el abrigo manchado de sangre del mismo Jacobo como prenda de su victoria.

En 1516, poco tiempo después de la muerte del que habría sido el heredero de Enrique VIII, la reina Catalina dio a luz una hija llamada María. Creció como una niña no demasiado agraciada, pero de buen carácter y marcada piedad. Fue declarada princesa de Gales en espera de un vástago varón que sucediera a Enrique VIII. Pero Catalina engendraba y no paría más que bebés malogrados, al contrario que Bessie Blount, una amante del rey que le dio un hijo varón saludable al que bautizaron con el nombre de Enrique Fitzroy.

La cuestión de la sucesión empezó a invadir la política de la corte inglesa allá por el año 1521. Catalina no abandonaba la esperanza de concebir un varón, pero Enrique VIII tenía otro parecer al respecto. Aunque no fuese más que su heredera temporal, la princesa María le servía para entablar alianzas matrimoniales con algún soberano extranjero. Fue así como, tal vez por insinuación de la propia Catalina, decidió prometerla con su primo hermano Carlos I de España y V de Alemania, hijo de Juana de Castilla. La joven princesa recibió, por lo tanto, una buena educación para convertirse en la esposa del emperador del Sacro Imperio.

Pero de poco sirvió a Catalina tanto empeño. En 1527, Enrique VIII empezó sus trapicheos con la Santa Sede para conseguir anular su matrimonio. En algún momento de ese año, Enrique VIII consultó su Biblia y sus ojos dieron con el Levítico, donde se dice “que un hombre tome a la esposa de su hermano es algo impuro, pues ha dejado al descubierto la desnudez de su hermano. No tendrá hijos”. Aunque la razón de que los hijos de Catalina y Enrique nacieran muertos se debió, posiblemente, a una tara genética, Enrique VIII esgrimió el argumento religioso para declarar que su matrimonio era nulo ante los ojos de Dios. No lo creía ciertamente, pero era su mejor razón para liberarse de un matrimonio que ahora le fastidiaba. Y el motivo de su prisa no era otra que la joven sobrina del duque de Norfolk, Ana Bolena, una muchacha que estaba al servicio de la reina.
 
Empezaría así el calvario de la reina Catalina. Entre 1527 y 1533, fecha en la que se publicó el divorcio, la vida de Catalina fue una auténtica tortura. Una vez abierto el proceso, hubo de certificarse si el matrimonio de Catalina con Arturo se había consumado. Catalina afirmaba rotundamente que no había sido así, pero Enrique llegó a asegurar que había oído a su hermano jactarse de haber poseído a la princesa castellana. En tal caso, el Pontífice se mostraba de acuerdo con Catalina. El matrimonio era válido, puesto que la dispensa papal era consecuente con la realidad. Enojado por no poder obtener lo que deseaba, Enrique VIII se erigió en cabeza de la Iglesia Anglicana y, en 1533, tras publicarse la sentencia de divorcio, contrajo matrimonio con Ana Bolena en la abadía de Westminster.
 
Además de la humillación, el divorcio conllevó para Catalina su confinamiento en el castillo de Kimbolton en compañía de su antiguo séquito y perpetuamente custodiada por una guarnición militar. No se le concedió ningún otro rango que el de “princesa real viuda”, e incluso hubo de entregar con gran dolor las joyas de la reina a su rival, Ana Bolena. Entre lecturas y plegarias, la vida de Catalina se extinguió poco a poco. En su testamento, perdona al rey por todo lo que le ha hecho y le pide que sea un buen padre para su hija María. Murió el 7 de enero de 1536, sin renunciar jamás a su título de reina.

 


4 comentarios:

  1. Preciosa entrada, Laura. Cómo se nota cuando escribe alguien que tiene pasión por la historia. Además, me ha encantado más si cabe pues soy un enamorado de la Moderna.
    Pobre Catalina, la verdad. No llegó a ser tan desgraciada como su hermana Juana, pero tampoco tuvo una vida feliz. "Los Tudor" no es una serie perfecta, pero dentro de cómo está el nivel general, es superior a todas o casi todas. Lo digo porque la muerte de Catalina me pareció preciosa, de tan solemne y como manierista.

    Un beso!

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  2. ¡Qué triste e injusta fue la vida de la reina Catalina! En todas las películas que he visto, además, la ponen como la buena de la película: la reina grave, sensata y sabia que intenta impedir que su esposo cometa una locura. Por lo menos, es así en "Los Tudor" y en "Las Hermanas Bolena". Suerte que al menos Enrique no tuvo cojones de decapitarla como a las otras porque eso hubiera supuesto la guerra contra España. Aunque fue muy cruel al mantenerla prisonera. Una rehén, diría yo, para mantener a los españoles quietecitos.
    Lo que también es muy injusto es el sambenito que carga su hija, a la que llaman Bloody Mary cuando Elizabeth I fue mil veces más sanguinaria que su hermana. Pero en fin, ya sabemos que si en algo son expertos los ingleses es en difamar a sus propios monarcas; la leyenda de Bloody Mary es tan injusta con la Historia como lo es la falsa imagen de tirano de John I Plantagenet.

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  3. Ferdin: Muchas gracias!! A mí la Historia Moderna me da un poco de miedo, más que nada porque abarca un período de tiempo muy amplio, hay muchísimos cambios y a veces es difícil meterse en sus entresijos. Pero hay partes, como las vidas de las seis esposas de Enrique VIII, que iré poniendo por aquí. También me gusta mucho la trama de los Borgia, sobre todo de Lucrecia (lado feminista aflorando, jejeje!!). Si cometo algún error, no dudes en decírmelo, que para eso eres el experto.


    Estelwen: Es cierto que la vida de Catalina de Aragón fue muy injusta. A mí siempre me ha inspirado simpatía porque, si lees sus cartas dirigidas al rey, ves que quiere que haya un acercamiento, que quiere hacerle entrar en razón, pero Enrique nada de nada. Y si Enrique no la ejecutó fue porque su sobrino era el emperador del Sacro Imperio, aunque no se puede decir que Carlos V hiciera gran cosa por ayudarla. Lo de María Tudor no sabría decirte, porque no he leído mucho al respecto. Pero lo de que llevó a cabo una purga de protestantes parece que sí es cierto, aunque ya te digo que tendría que hacer averiguaciones. Y por cierto, la difamación llega a día de hoy en el cine: Si ves la película "Elizabeth", la de Cate Blanchett, compara lo luminosa que es Inglaterra y lo negra y atrasada que es España. Ja!

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  4. Sí que es cierto que Mary Tudor hizo purga de protestantes, desde luego. Pero fue en represalia por la purga aún mayor que se había hecho antes contra los católicos, las cuales continuaron (con mucha más brutalidad e implacabilidad de la que Mary tuvo jamás) cuando Elizabeth llegó al poder. Debemos tener en cuenta además que ambas mujeres acumulaban mucho resentimiento y estaban traumatizadas desde la infancia, que no había sido fácil (a madre de Mary prisionera de por vida y la madre de Elizabeth decapitada tras ser acusada de cometer incesto con su tío).
    La historia de los anglicanos contra los católicos viene desde los mismos inicios y se ha mantenido a lo largo de muchos siglos en Inglaterra. Mira si no, por ejemplo, la famosa conspiración de la pólvora de Guy Fawkes, fruto de la brutal represión que sufrían los católicos por parte del rey y del parlamento. Hasta las reformas de la reina Victoria los católicos tenían vedada la participación en el gobierno o en cargos públicos, e incluso Tony Blair, primer ministro británico en la pasada década, tuvo que esperar a dejar la presidencia para convertirse al catolicismo con el fin de no crear un escándalo.

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