jueves, 9 de mayo de 2013

Ana Bolena, la Amante Astuta

 
 




Ana Bolena nació hacia 1500 o 1501 en Blickling, en el condado de Norfolk, en el seno de una familia que, si bien no era una de las más grandes de la tierra, tampoco era de baja estofa. Su padre, Thomas Boleyn, se casó con lady Elizabeth Howard, hija mayor de Thomas Howard, segundo duque de Norfolk. El carácter y el talento de Thomas Boleyn sin duda influyeron en la carrera de su hija. Tenía una gran presencia en la corte de Saint James y era condestable del castillo de Norwich y sheriff de Kent en 1512. Era un hombre notable que poseía un talento especial para los idiomas y, por extensión, para la diplomacia.

Fue gracias a ese talento como consiguió que su hija menor Ana fuera educada en la corte de la archiduquesa Margarita, regente de Holanda. Allí aprendió a hablar francés y a desenvolverse en sociedad, demostrando poseer un brillo particular. Causó una excelente impresión en la corte de la archiduquesa gracias a su inteligencia y aplicación. Más tarde, alrededor de 1514, se trasladó a Francia y consiguió integrarse en la corte de la reina Claudia. Cuando regresó a Inglaterra, unos seis años después, era más francesa que inglesa. Aprendió el arte de agradar con su ingenio y sus dotes: conversación sofisticada, comentarios interesantes y alusiones coquetas. Todo ello contribuyó a darle una imagen muy atractiva. A su regreso, se empezó a planificar su matrimonio. Mientras se resolvía el asunto, Ana entró al servicio de la reina Catalina de Aragón como dama de honor.

El aspecto físico de Ana Bolena se presta a todo tipo de elucubraciones, no siempre favorecedoras para ella. Se dice que tenía un bocio que le desfiguraba el cuello y una gran variedad de lunares y verrugas. También se dice que tenía seis dedos en una mano y que poseía un tercer seno. Pero la lógica nos lleva a pensar que una mujer con tal aspecto nunca habría agradado al rey Enrique VIII. Ana Bolena no era una gran beldad, pero no carecía de atractivos. Era alta y de profundos ojos negros, y se dice que su tono de piel también tendía a ponerse moreno. Su cabello, espeso y brillante, era sumamente oscuro. Pero aunque su aspecto no coincidiera con el ideal de belleza de la época, la fascinación sexual que ejercía Ana está puesta fuera de toda duda.

Entre las propuestas matrimoniales que recibió, la más interesante es la del joven lord Percy, heredero de grandes propiedades. Era uno de los partidos más codiciados de Inglaterra y, lógicamente, Ana alentó esa relación. Entre ellos creció un amor “secreto” que quedó confirmado por la promesa de matrimonio o un precontrato. Sin embargo, lord Percy recibió una severa reprimenda de su padre, que ya lo había prometido con lady Mary Talbot, y el joven acabó casándose con ella. Otra relación que se le atribuyó a Ana fue con Thomas Wyatt, un poeta cortesano. Al parecer, Wyatt se enamoró de Ana y le dedicó hermosos poemas, pero debemos pensar en esa relación más como un amor cortesano que real, un simple flirteo sin importancia.

El amor de Enrique VIII por Ana Bolena empezó probablemente en 1526. De esa pasión nos quedan las cartas de amor que el rey enviaba a Ana. Cuando ella abandonó la corte, probablemente para acrecentar su interés, el tono de las misivas se volvió más ardiente. Enrique VIII firmaba las cartas como un colegial enamorado: “HR busca a AB y a ninguna otra”. Ana no contestó a ninguna de las cartas del rey y devolvió todos los regalos que recibió de él, lo que no hizo sino aumentar la pasión de Enrique por ella. Pronto empezó a hacerse obvio que Enrique VIII la estaba cortejando. Pero Ana conocía el destino de otras damas que, después de haberse entregado con total ligereza al rey, rápidamente habían sido desechadas por él, y ella no estaba dispuesta a correr la misma suerte. Le hizo saber a Enrique que se entregaría totalmente a él no como su amante, sino como su esposa.

En 1527, Enrique VIII quería separarse de su actual reina. Su motivo principal era la necesidad de un heredero varón que la infortunada reina Catalina no había podido darle, pero disfrazó esa razón enarbolando el argumento religioso: Dios lo había maldecido sin hijos por haberse casado con la esposa de su hermano, tal como reza el Levítico. Ana Bolena le ofrecía la esperanza de un futuro donde habría un príncipe de Gales, un heredero al trono de Inglaterra. Pero la Santa Sede no veía motivo para apartar a Catalina para sustituirla por lo que consideraba un capricho del rey inglés. Enrique VIII no se arredró, y buscó él mismo la forma de conseguir lo que quería. Se cuenta que Ana Bolena le entregó un libro titulado The Obedience of a Christian Man, de William Tyndale. En este libro, el autor afirma que la autoridad eclesiástica de un país debería recaer en el rey, no en el Papa. Acababa de plantarse la semilla de la que germinaría la Iglesia Anglicana.

Mientras el rey batallaba con la Santa Sede y con la propia Catalina de Aragón, Ana Bolena estaba siendo instruida para ser la consorte de Enrique VIII. En público se atrevía a desafiar e incluso despreciar a Catalina, ganándose la desaprobación de muchos. La gente se refería a ella como “la concubina” o “la mala mujer”, que había aparecido para humillar a la buena reina Catalina. Son frecuentes sus palabras altaneras, su temperamento fogoso y su actitud desinhibida y efusiva, pero su carácter no se moderó a medida que su poder se incrementaba.
 
Cuando el Papa dictaminó que el matrimonio de Enrique con Catalina era válido, el rey de Inglaterra empezó a considerar buscar otros apoyos. Catalina de Aragón fue expulsada de la corte y recluida en el castillo de Kimbolton, y Enrique VIII partió a Francia con Ana Bolena, nombrada marquesa de Pembroke, para solicitar el apoyo del rey Francisco I, que aprobaría el nuevo matrimonio de su homólogo inglés. Fue en Calais donde probablemente Enrique VIII y Ana Bolena consumaron plenamente su amor, porque ya sabían que era muy posible que pudieran casarse. Ese deseo se cumplió en 1533, en una rápida ceremonia secreta.

 

"La Más Feliz"
 
 
La noticia se mantuvo en secreto por un corto tiempo, hasta que Ana empezó a anunciar que estaba embarazada. Poco después fue coronada en Westminster con toda la pompa que exigía el acontecimiento. Fue llevada a Greenwich y luego a la Torre de Londres por agua, escoltada por cincuenta barcazas ricamente ataviadas. Ella misma pidió usar la barcaza que Catalina de Aragón había utilizado en su coronación. Las estancias de la reina en la corte también sufrieron reformas importantes. Los antiguos emblemas de Catalina fueron arrancados y sustituidos por los de Ana. Por todas partes se veían las iniciales H y A entrelazadas.
 
Era el momento de apoteosis de Ana Bolena. Había obtenido el rey y la corona que quería. La promesa de un hijo, posiblemente varón, la encumbraría hasta lo más alto. Todo parecía indicar que su triunfo era inminente. Pero entonces sucedió algo que dio al traste con su alegría. En septiembre de 1533, Ana dio a luz una criatura bella y sana, y fue anunciado a todo el mundo mediante un documento oficial. Sin embargo, en la palabra prince hay una “s” añadida a última hora para convertir al “príncipe” en “princesa”. Porque el bebé no fue un niño, sino una niña.
 
El nacimiento de la futura Isabel I causó una gran conmoción, pero fue considerada como la única hija legítima de Enrique VIII, desplazando a María y relegándola a la condición de bastarda. Sin embargo, nada había cambiado. La necesidad de un heredero seguía siendo tan acuciante como siempre. Ana amaba a su hija y encargó para ella las telas más finas y delicadas, pero no trataba igual a María, a quien humillaba públicamente y no se recataba en despreciar. Además, sentía que estaba perdiendo el afecto del rey, quien distraía las horas en compañía de diversas damas de la corte. En 1534 anunció un nuevo embarazo, pero abortó muy pronto. En 1535, Ana volvió a quedar embarazada, y en enero de 1536 murió Catalina de Aragón, por lo que por entonces podía considerarse, como reza su lema personal, la más feliz.
 
Sin embargo, el triunfo de Ana fue efímero. Volvió a sufrir un aborto; el bebé fue identificado como un varón, lo que la apartó definitivamente del rey. Enrique VIII decidió que no tendría hijos con ella y, como ya estaba prendado de la dulce Juana Seymour, se embarcó en un largo proceso destinado a acabar definitivamente con Ana Bolena. No era posible recurrir de nuevo a la nulidad matrimonial; se exigía un nuevo argumento para eliminarla por completo, y ese fue el de la infidelidad.
 
El juicio de Ana Bolena fue una cínica farsa. Solo se proponía un resultado: su muerte. Era una muerte necesaria para que Enrique pudiera contraer matrimonio con la inmaculada Juana Seymour, y fue muy diferente de la exhaustiva investigación que se llevó a cabo con la reina Catalina. Fue acusada de tratar de matar al rey Enrique y de mantener relaciones sexuales con una prolija colección de amantes como Francis Weston, William Brereton, Mark Smeaton, Henry Norris y hasta el propio hermano de Ana. Aunque esa culpabilidad nunca pudo ser demostrada, la sentencia fue firme: Los traidores fueron condenados a ser destripados en vida, colgados y decapitados, aunque después se conmutó la pena por la de decapitación. La reina y su hermano debían ser quemados o decapitados, según el deseo del rey.
 
Tras el juicio, Ana fue encerrada en la Torre, en las mismas habitaciones que había usado en su coronación. Cuando se le comunicó que sería decapitada, pidió que se llamara al verdugo de Calais, ya que era un experto con la espada. Solicitó una ejecución privada, que le fue concedida para evitar cualquier escándalo. Ana pronunció un discurso final en el que se mostraba dispuesta a obedecer la orden del rey, a quien proclamaba como el más amable y poderoso príncipe que jamás hubiera existido. Luego, se arrodilló sobre el tajo y el verdugo le seccionó la cabeza de un solo golpe. Ana Bolena, que había sido reina durante exactamente mil días, había muerto solo cuatro meses después que su antecesora.

 


2 comentarios:

  1. Nunca me ha caído bien esta mujer. Se merecía lo que le pasó, por guarra y por trepa. Su historia siempre me recuerda a esa famosa frase de Canción de Hielo y Fuego: "En el juego de tronos, o ganas o mueres". Ella perdió y murió, y le estuvo bien empleado. Tendrían que haberla llamado Cersei.
    El que me da muchísma pena es su hermano George, al que también ejecutaron de rebote, por culpa de esa falsa acusación de incesto y adulterio. La verdad es que George tenía bastante éxito con las mujeres (no le hacía falta beneficiarse a su hermana), y acabó siendo una víctima inocente de los tejemanejes de su familia. Pobre hombre.

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  2. La verdad es que al principio Ana Bolena no cae bien, pero si ves cómo fue su caída, acabas sintiendo algo de compasión. Al fin y al cabo, el delito que la llevó al cadalso fue no parir un niño. Y en cuanto a la acusación sobre su hermano, hecha además por su propia mujer, que alegó "una inapropiada familiaridad", es que me parece muy fuerte. George Boleyn no tenía por qué estar con su hermana, ni se ha probado que la violara antes o que hubiera antecedentes de abusos sexuales, así que hay que achacárselo a la voluntad de Enrique. Casi todos los amantes que le imputó a Ana eran incluso buenos amigos suyos, así que no se entiende que fuera capaz de acusarlos sólo por casarse con Juana Seymour.

    Supongo que ya sabes que George Martin se basó parcialmente en la Guerra de las Dos Rosas para escribir Juego de Tronos, así que es normal que coja cosas de un lado y de otro para hacer su propia historia. Pero algo me dice que Cersei no va a acabar como Ana Bolena, sino mucho peor.

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