viernes, 7 de septiembre de 2012

¡¡¡Poneos las mallas y los calentadores, que vamos a zumbar!!!

Cuando estoy ocupada escribiendo o dibujando, a menudo pongo la televisión de fondo para que me haga compañía. Una de las cosas que me gusta ver (cuando toca) es la retransmisión de los Juegos Olímpicos. Aunque yo no hago ningún deporte, más que nada porque me gusta tanto hacer ejercicio como comer verdura, respeto y admiro muchísimo a quienes dedican horas, días, semanas y meses a machacar su cuerpo para cumplir un sueño o para superar sus limitaciones, como es el caso de los Paralímpicos. Si descendemos un poco en el escalafón, nos encontramos con la gente que hace deporte, no para ganar una medalla olímpica, sino para cuidarse y sentirse mejor consigo misma. Pues ya se decía en Roma: Mens sana in corpore sano. El deporte de cualquier clase nos ayuda a ponernos en forma, a despertar los músculos adormecidos por nuestra sociedad sedentaria, a sudar para eliminar esas toxinas que se acumulan en nuestro cuerpo. Sí, tengo que admitirlo. Aunque a mí no me guste ponerme a ello, debo reconocer que el deporte es una actividad encomiable de la que todos deberíamos aprovechar sus virtudes.

Pero claro, no todo podía ser tan fácil. Cuando decides dedicarte al deporte, ya sea correr, la natación, la bicicleta o la gimnasia (por cierto, el sexo no cuenta como modalidad de gimnasia, así que no os emocionéis), tienes que ser consciente de que vas a hacer un montón de sacrificios. Me refiero a que tienes que hacerlo todos los días, no cuando a ti te venga en gana, y esto quiere decir que tienes que salir a correr cuando hace un frío de mil demonios o cuando llueve a cántaros y tú preferirías quedarte en casa viendo la tele y con una taza de chocolate caliente en las manos. ¿A que ahora no apetece tanto?

Bueno, está bien. Os doy cuartelillo. Siempre quedan los deportes Indoor, o sea, los que se hacen a cubierto. Pues ahí tenéis las pesas, los pilates, el aeróbic, el spinning y otros que son sinónimo de "deportes de pijos" (sin ofender). Parecen más flojitos, pero no os engañéis: requieren una gran cantidad de energía y un esfuerzo físico considerable. Son muy buenos para hacer ejercicios de fuerza y de resistencia.

Pero entonces surge otro problema. El joven (y no tan joven) deportista de hoy en día no quiere sudar la camiseta en balde. Quiere divertirse mientras se ejercita, cosa muy digna de elogio, y por eso recurre a las mezclas de deporte con música, o lo que yo considero casi como "anti-deporte". Al principio teníamos el aeróbic, que combinaba una serie de ejercicios en una coreografía al ritmo de una música alegre y marchosa. La pionera en nuestro país fue Eva Nasarre, cuyos vídeos se recuerdan con cariño y cierta nostalgia. A partir de ahí, toda una troupe de personas que se hacen llamar deportistas han traído sus propias ofertas de lo que consideran un ejercicio súper saludable y que a mí me provoca alguna que otra sonrisa.

Primero vino la Batuka, que para mí no deja de ser aeróbic pero con música aún más chorra, y ahora tenemos el Zumba, que viene a ser lo mismo pero con canciones latinas. Los ejercicios que nos traen son dinámicos en su mayoría, ya que se trata de hacer coreografías que estimulen los músculos de piernas, torso y brazos. También se jactan de que son tan divertidos que no te das cuenta de que estás haciendo ejercicio. La fiesta en casa, le llaman.

Pero, ¡ay, amigos!, no es oro todo lo que reluce. Estas alternativas al auténtico deporte no son tan completas como presumen, ya que carecen de ejercicios de fuerza, una de las disciplinas básicas del deporte junto con la resistencia, la flexibilidad y la elasticidad. No se puede decir que haces ejercicio bailando, porque entonces cada vez que salgo de marcha estoy quemando mil calorías y yo sin saberlo. Es más, ¿por qué en vez de hacer Zumba no salimos más con nuestros amigos y así también socializamos un poco? Y habrá también el típico graciosillo que ahora mismo, al hablar del Zumba, esté pensando en otra cosa (venga, va, haced el puto chiste). Además, al tratarse de movimientos muy rápidos y a veces imposibles, las personas más mayores no pueden seguirlos porque hace falta mucha rapidez y coordinación.
Y eso por no hablar de la horrible música que "ameniza" estas sesiones tan deportivas y estimulantes; todo es ritmo latino con reminiscencias del maldito reggaeton, y cuyas letras harían sangrar los oídos de Cervantes o Quevedo. Y cuando no hay salsa o quebraditas, se nos pone música tecno de la que oyes en cualquier polígono que se precie. Que digo yo, ¿para cuándo un Zumba con rock o heavy metal? Curioso, esos estilos musicales no tienen cabida en el mundo del "deporte".

A mí, personalmente y sin querer molestar a nadie, eso no me parece deporte ni nada. El auténtico deportista es el que se levanta a las siete para salir a correr veinte kilómetros, o el que se deja la tarde nadando en la piscina, o el que acude regularmente a un gimnasio y se aplica un programa completo supervisado por un buen entrenador. Esos sí son dignos de admiración, porque sus esfuerzos son auténticos y se les nota la forma física. El bailarín de Zumba podrá presumir de tener unas piernas que podrían emular las de Fred Astaire, pero se quedará quince minutos resoplando cuando se le pida que abra un bote de judías porque no tiene fuerza en las muñecas. Sí, te diviertes mucho bailando (el que se divierte, vamos), pero en realidad no haces todo el ejercicio que deberías.

Si os digo la verdad, y ya para ir rematando, yo creo que la mayor parte de estos nuevos deportistas batukeros y zumbadores son gente que piensa que hay que lograr el cuerpo diez para triunfar en el mundo. Y si no, echadle un vistazo a los bailarines, todos tíos buenos, y a las bailarinas, todas con vientre plano y ni una gorda. Al hablar con algunas de mis amigas que hacen Zumba, me da la impresión de que necesitan ese pseudodeporte para convencerse de que pueden adelgazar, para conseguir la figura perfecta que tanto gusta a la sociedad y que tan bien se vende en los medios de comunicación. Lo que parece que se ignora es que el cuerpo diez no existe, y aunque existiera no es lo más importante en la vida. Si no fuéramos tan superficiales con nuestros semejantes, estoy segura de que subproductos como la Batuka y el Zumba dejarían de existir. Pero mientras sea más importante la grasa que cuelga de los brazos o los michelines que marca ese vestido y te hacen parecer una salchicha, nunca comprenderemos que la felicidad, la auténtica felicidad, está en que alguien te diga sinceramente: Te quiero tal como eres.

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